La
aparición del casette aportó interesantes ventajas frente a su antecesor, el
viejo disco de vinilo: al ser más pequeño, era mucho más fácilmente
trasportable, y permitía su utilización en espacios desconocidos hasta entonces,
como el coche, además de permitir por primera vez hacer copias. Si nos atenemos
a la definición del maestro absoluto en materia de Difusión de Innovaciones, Everett
Rogers, supuso una relevante innovación, puesto que al margen de sus ventajas
era fácilmente utilizable por sus potenciales adoptadores. Pero como suele ser
habitual con cualquier innovación su reinado fue efímero y pronto fue
reemplazado por un formato más ventajoso, el CD, que a la facilidad de
portabilidad y replicación, añadía una calidad de sonido sustancialmente mejor (al
ser la grabación digital) y solventaba los engorros característicos de la
casette (como cuando su cinta era tragada y destrozada sin compasión por el
reproductor). Poco dura la alegría en el mundo del innovador y solo una década
después apareció el formato mp3 que fue quien asesinó (y no el video) a la
estrella de la radio.
La reforma
de la Atención Primaria supuso también una innovación radical sobre lo ya existente
en nuestro país: se pasaba de una atención basada casi exclusivamente en el
médico a otra centrada en un equipo de diferentes perfiles profesionales; de 2
horas de consulta a 7 entre las que se debería incluir tiempo para formación;
de centrarse solo en el problema del paciente a pretender abordar el de la
familia a la que pertenecía y la comunidad donde vivía.
Una
innovación bastante aventurada que, paradójicamente tuvo éxito. El Real Decreto
137/84 de Estructuras Básicas de Salud, la principal norma de ordenación de la
Atención Primaria de Salud en España, sigue siendo la referencia fundamental
desde entonces con los pequeños añadidos que aportó la Ley General de Sanidad.
El “innovador”
modelo de Atención Primaria español de principio de los años 80 se mantiene inalterado 35 años después. Sigue estando constituido por los mismos perfiles profesionales,
que realizan la asistencia a su población a través de una organización del
trabajo que ha sufrido apenas cambios (salvo en algunos centros concretos), y
donde la presión asistencial condiciona todas las actividades del centro,
resultado de esa norma delirante que no pone límites ni al número de pacientes
que demandan asistencia en el día, ni al tiempo mínimo de atención necesario
para atenderles. Además, el modelo de relación laboral sigue siendo exactamente
el mismo que entonces: oposiciones irregulares que quedan al capricho o interés
(electoral en muchas ocasiones) de la administración de turno, y hasta que el "maná" de la oposición llega,
sistemas de contratación más propios de plantaciones de algodón que de un
sistema sanitario europeo: antes el esclavo podía al menos adquirir la
condición de interinidad que le daba cierta estabilidad hasta que su plaza
salía a concurso, pero en la última década cada servicio de salud ha aportado a
la innovación ( en esto sí) imaginativas fórmulas de precariedad, brevedad (
contratos horarios incluso) y abuso, en donde no excepcionalmente el algodonero o algodonera recibe el mensaje de que de no aceptar ese trabajo tampoco tendrá otros más adelante. Sigue habiendo "bolsas de trabajo" (para tranquilidad
de administración y sindicatos) ciegas a las peculiaridades y trayectoria de
cada centro, y ante la opinión de los expertos y la pasividad de los
profesionales, es muy probable que sigamos con el mismo modelo así pasen cien años.
Sin
embargo la sociedad ha cambiado “ligeramente” desde el año 1984: no sólo los
usuarios del servicio , sino el propio modelo de familia y comunidad. Y han
cambiado ( como no podía ser de otra forma) los profesionales que les atienden:
comenzando por el hecho de que tanto la medicina, como la enfermería o la
farmacia son ( y serán) profesiones femeninas mayoritariamente.
El
viejo modelo de 1984 hace tiempo que no se adecúa a las necesidades de unos ni de otros.
El
antaño floreciente casette, languidece hoy en los bares de carretera en
versiones rancias de Arévalo o Braulio. El modelo español de Atención Primaria
se asemeja cada vez más a ese viejo cassette de expositor. Un modelo que nunca
compraron los ricos, los influyentes, los que mandan , puesto que como tan bien
describe Juan Simó, políticos, jueces, periodistas y hasta sindicatos de
funcionarios tuvieron siempre buen cuidado de “evitar” la Atención Primaria a
través de MUFACE y otras similares hierbas. Un modelo que , de seguir así,
tampoco aceptarán los pobres.
Por
supuesto, existen otros formatos musicales más adaptados a la sociedad de hoy.
Y otros modelos de Atención Primaria. Pero no se hacen tortillas sin romper
huevos.
Buena entrada Sergio. A la espera de la segunda parte. A ver si aumentando geométricamente el número de los que desde hace ya años venimos insistiendo en la necesidad de introducir cambios de calado en el modelo de la reforma de los años 80 conseguimos convencer a políticos y gestores de que con parches no vamos a ningún sitio (bueno).
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