“Every complex problem has a solution which is simple, direct, plausible — and wrong.”
H.L.Mencken.
En aquel comentario se incluían los ratios de profesionales que los principales países de nuestro entorno habían establecido para esa función, todo menos sencilla. Alemania, por ejemplo, que desde el primer momento llevó a cabo una digna respuesta a la pandemia, establece el ratio de un profesional por cada 4000 personas; de aplicar ese número en España se precisaría haber contratado al menos 11.725 profesionales, más de 38.000 de haberse comportado como Wuhan. Según datos del propio Ministerio de Sanidad de esta semana el personal contratado en todo el territorio asciende a 723, que añadidos a los 844 previamente existentes, suponen 1.567 profesionales para dar respuesta a las necesidades de vigilancia. La mediana de contactos por caso es de 4 según la misma fuente, mientras el ECDC establece que por cada caso identificado existiría una media de 90 contactos de los cuales 36 son de alto riesgo. Una de dos: o en España la gente vive aislada, en vastas superficies de terreno, sin posibilidad de contacto más allá de la familia( es decir, como en la estepa siberiana o en Laponia), o la estrategia de identificación de contagios española es simplemente una chapuza. La trayectoria tradicional de nuestro país, nuestra tendencia a decir que se hace lo que nunca se lleva a cabo, inclina a pensar que la segunda opción es la más probable.
El seguimiento de un caso implica la necesidad de identificarlo mediante PCR en cuanto aparecen los síntomas, buscar a conciencia todos los contactos desde al menos 48 horas antes de que comenzaran aquellos, aislarles en sus casas o buscar y acondicionar lugares donde puedan seguir el confinamiento durante 14 días, apoyarles económica y socialmente, al menos en ese tiempo ( es decir dándoles cobijo, alimento, hidratación y cuidado) y realizarles la PCR en el momento de comenzar con síntomas. En una muestra completa de incompetencia en un número no despreciable de brotes en este país se ha realizado masivamente a los contactos la determinación de PCR, lo que no sólo puede generar un alto número de falsos negativos al estar aún en el periodo de incubación en caso de exposición, sino que representan un despilfarro inusitado de recursos públicos ( mientras paralelamente se restringe la contratación de refuerzos profesionales).
Por desgracia, la realidad es que el seguimiento del caso no pasa ( en la mayor parte de las ocasiones) de la llamada al domicilio y la instrucción de no salir de casa a los que allí vivan. La realidad es que ante los miles de trabajadores temporales que trabajan recogiendo frutas ( en una gran mayoría migrantes), no vamos a malgastar nuestro dinero en dotarles de cobijo, aseo, o alimentación digna de un ser humano, sino que preferimos confinarles a los cortijos en ruina, los corrales, los parques o los barrancos: ojos que no ven corazón que no siente.
La respuesta política española al problema en la mayor parte de las comunidades autónomas en la fase post-confinamiento, es la más sencilla: identificar infractores. Con la rapidez y voracidad de los incendios forestales en verano, se extiende por todas las comunidades autónomas la nueva orden del tridente COVID ( políticos-expertos-policías): la obligación de llevar la mascarilla, aun cuando se mantenga la distancia de seguridad, bajo pena de multa: aunque uno pasee por calles desiertas, aunque trabaje en salas vacías, aunque no pueda contagiar ni al perro que no tiene.
Paul Glasziou alertaba de la necesidad de realizar investigación rigurosa sobre las intervenciones no farmacológicas ante la COVID-19, de efectos enormes sobre la vida de las personas: no hay investigación suficientemente fiable hasta el momento sobre muchos aspectos relacionados con el uso de mascarillas: sobre su efectividad real( que no eficacia), puesto que los estudios disponibles son en su inmensa mayoría son experimentos en laboratorio y no en condiciones reales de uso; sobre sus efectos adversos ( incluso en relación con al replicación viral); sobre su comparación con otros medios como pantallas; sobre la dosis adecuada y la forma de administración ( qué modalidad de mascarillas, con qué forma colocación); o sobre la necesidad de complementarla con otras medidas como la higiene de manos y el distanciamiento social.
Pero la mascarilla tiene la ventaja que el represor de turno, sea policía o dron, puede fácilmente identificar al culpable, al insolidario, al rufián. Inmovilizarlo, multarlo y regañarlo.
Mascarillas hoy, nuevo confinamiento mañana. Ante la impotencia de la propia incompetencia, la solución más fácil. Las medidas verdaderamente útiles requieren reflexión, trabajo, perseverancia y recursos. Demasiado complejo. Las soluciones rápidas y sencillas consiguen además el doble objetivo: desviar la atención del verdadero problema ( el hacinamiento de personas tratadas como animales) y el refuerzo en la dosis de miedo que nos vienen administrando desde hace 6 meses. Nadie protesta. Cuando nos demos cuenta será demasiado tarde.
Cada rostro sin mascarilla es publicidad y ánimo para los demás, mostrando que es posible vivir de forma natural y sin miedo. Pero incluso la minoría que no llevaría mascarillas si no le obligan, temen las multas. Podemos ayudarles con ideas. Estoy compartiendo algunas ideas en este hilo de twitter que permiten evitar la multa, al menos en los sitios donde existan las mismas excepciones. Para los interesados: https://twitter.com/tonig73/status/1283328506924015616 (si lo veis útil podéis retwitearlo, apenas tengo seguidores y eso no me importa, pero compartir un mensaje útil puede ser interesante).
ResponderEliminarPor otro lado, si queremos unirnos deberíamos ser respetuosos con los que no opinan como nosotros. En twitter veo mucho calificativo de "borregos" para quienes llevan mascarilla, pero creo que faltar al respeto no es el camino. Simplemente cada uno tiene su opinión, y nosotros podemos mostrar la nuestra tranquilamente, sin necesidad de insultar. Un simple rostro sin mascarilla (sin insultar ni exigir nada a nadie) transmite mucho más que cientos de palabras.