Juan Gervas
El pasado 29 de mayo Ángel Carmona se levantó a las 4 de la mañana; como todos los días. Carmona no es ningún político con opciones de cargo, sino el conductor de uno de los programas de radio más imaginativos del dial, y que cuenta con el que posiblemente sea el mejor informativo diario, un mini –espacio de tan solo 10 minutos que te resume lo único que debes saber cada día, gracias al ingenio de un tipo que se llama Pablo González Batista.
Se llama Hoy empieza todo, y sigue sobreviviendo en Radio3.
Aquel dia en lugar de tomar su rutinario desayuno, Carmona se permitió el lujo de prepararse un par de huevos fritos para desayunar, la dieta alimenticia que ha seguido mi padre hasta la fecha con inmejorables resultados de supervivencia
Los responsables de ese cambio de comportamiento fueron Mercedes Pérez Fernández y Juan Gervas, quienes habían estado la mañana anterior en su programa presentando su nuevo libro, la Expropiación de la Salud, para comentar lo importante que es disfrutar cada día de lo que traiga la vida, incluido todos los huevos que a uno le puedan apetecer. Los principales responsables de esa situación absurda, de que gente inteligente renuncie a los pequeños grandes placeres de la vida y ande ocupada con sus “niveles” como si fuera un coche, , no son otros que los profesionales sanitarios, que hemos hecho de la alarma y la preocupación nuestra principal dedicación. En ocasiones de forma bienintencionada y en otras muchas llevados por intereses poco confesables y que tenían que ver con las aspiraciones de progresión profesional, influencia social o simplemente la necesidad de conseguir financiación para acudir al próximo congreso de nuestra respetable sociedad científica, ninguna de las cuales es inocente de este estado de cosas.
Por eso el libro de Gervas y Pérez Fernández, de Juan y Mercedes, es hoy más necesario que nunca. Y no solo para los ciudadanos de a pie, sino en especial para tantos colegas que siguen realizado una práctica clínica que le priva a sus pacientes de libertad, de autonomía, de respeto en definitiva.
Una medicina que lleva a un médico a escribir en un informe clínico “cuadro metastático por haberse negado a seguir tratamiento radioterapéutico”, como si fuera posible establecer tal grado de inferencias en la vida. Una afirmación siniestra y vengativa, a mitad de camino entre el castigo divino y la prepotencia ignorante, pero que demuestra una vez más que la idea de que el paciente es un objeto de experimentación y estudio sigue estando por desgracia bien presente.
A este respecto es interesante analizar las opiniones sobre los chequeos médicos periódicos que recogía el diario El Pais hace unas semanas: a pesar de que el artículo señalaba los recientes trabajos en JAMA y BMJ de Lasse Krogsböll en que se demostraba que los chequeos no tienen ningún efecto sobre la mortalidad por enfermedades cardiovasculares, prestigiosos expertos como el catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Juan Carlos I, recomendaba realizarlos cada cinco años, sugerencia cuyo fundamento científico es similar al del mecánico de mi pueblo, que recomienda frotarse las manos con ajos para no tener alergia.
Por no hablar del eminentisimo responsable de la Unidad de Chequeos de la “prestigiosa” Clínica Quirón, de nombre Christian y apellido Shin, que con total desparpajo afirma: “A partir de los 40 o 50 años una prueba anual o bianual no es mala idea. Es como pasar la ITV.”
Eso somos: vehículos que ya han pasado el periodo de garantía y que deben pasar por el taller para comprobar que sus motores, carrocerías, sistemas de combustión, alumbrado y expulsión de gases no representan un peligro público para sus conciudadanos
La majadería de Christian Shin no tendría mayor importancia si por esa unidad siniestra de chequeos no pasaran las principales autoridades políticas, económicas y sociales de este país, empezando por la propia autoridad del Estado. Ejercicio de real obscenidad que llevan practicando desde hace cuarenta años para enseñanza de sus humildes e ignorante súbditos
Por eso leer Expropiación de la Salud es tan necesario. Para evitar que le sigan engañando los cuatreros de la salud. Y por supuesto para seguir comiendo huevos cuando y como más le plazca
No he leído aun ese libro, pero tu sugerencia invita vivamente a hacerlo.
ResponderEliminarEl post que le dedicas entra en la línea habitual del blog, marcada por la sensatez.
La comparación hombre – coche, que resaltas, supone la revitalización del mecanicismo en su forma más burda con tristes consecuencias no sólo para el organismo humano; también para los propios coches… o aviones, pues ya sabemos que el saber humano está siendo desplazado por el saber de otra máquina, un ordenador. Los coches son diagnosticados por ordenador (ya no se ven mecánicos con las manos sucias, sino con corbatas y manejando a su vez ordenadores para citas) y los aviones son cada vez más independientes de los pilotos, con resultados inquietantes según vamos viendo.
Quien más quien menos conoce casos de compañeros que se hacen chequeos periódicos y en alguno de ellos descubren “a tiempo”, como hallazgo inesperado, un cáncer oculto. No es extraño que, a pesar de ser médicos, confundan en los casos peores un supuesto tiempo de supervivencia añadido con un tiempo de mero conocimiento precoz e inútil.
En mi opinión, el problema principal del neomecanicismo reduccionista extremo no es sólo el que supone la medicalización de lo normal ni la culpabilización por la propia enfermedad cuando acontece, sino lo que supone de muerte misma en vida. El cuerpo de uno pasa a ser su peor enemigo… por ser una máquina frágil. Es decir, uno acaba perdiendo su condición de sujeto para convertirse en objeto observable, promoviendo la vigilancia médica, atenta a la semiología oculta. Ese afán de seguridad, de permanencia, que facilita la hipocondrización generalizada, se enmarca en un sentimiento de fragilidad, de inseguridad, que no parece haberse dado en otras épocas. Por seguridad mucha gente acepta gustosa desde tactos rectales anuales hasta ingesta de estatinas o TACs de cuerpo entero, pero también por seguridad se consiente en la gran vigilancia que opera desde los controles aeroportuarios hasta el uso de historias clínicas por agentes desconocidos. Estamos pagando un alto precio por tanto afán de seguridad interna y exterior.
El “memento mori” tiene más que ver ya con “momento” que con “memento”. No se trata de recordar la mortalidad para, desde ese conocimiento vivir en el sentido que podía propugnar Heidegger, sino meramente de desplazar el momento de la muerte lo más lejos posible, aunque nos vaya la vida en ese empeño.