Como
señala el premio Nobel Joseph Stiglitz, en la mitad del siglo pasado fue ganando
apoyos la “teoría de la marea ascendiente” (the rising tide Theory). Según ésta,
al subir la marea (económica) subirá el nivel de todos los botes, metáfora que
pretende señalar que el crecimiento económico supondrá siempre el aumento de la
riqueza en todas las clases sociales. Así, las llamadas “políticas regresivas”,
las que benefician especialmente a los ricos, acabarán por beneficiarnos a
todos. La metáfora de la marea se complementó poco después con otra aún más
insultante: la del “chorreo” o goteo, según la cual aunque los ricos se beban
la mayor parte del cóctel, algo chorreará hacia abajo para disfrute de los
menos favorecidos. Forma moderna de mantener la idea de que para los pobres es
suficiente con alcanzar las migajas que se le caen al rico de su pechera.
Chile
ha sido, desde el inicio de la dictadura, un magnífico ejemplo de la teoría de
mareas y chorreos. Siendo el país de mayor renta per cápita de Latino América y
disfrutando de un crecimiento económico envidiable durante años, buena parte de
la riqueza se quedó en la parte de arriba de la sociedad, la ya de por sí más
rica, y solamente algunas de sus sobras acabaron calando al resto. Nadie mejor
lo definió que Cecilia Morel, “la primera dama”, quien no contenta con afirmar respecto
a las protestas en Chile que “estamos absolutamente sobrepasados, es como una
invasión extranjera, alienígena” (como si Chile estuviese sufriendo “La
Invasión de los Ladrones de Cuerpos”), acabó reconociendo que “vamos a tener
que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.
Como
bien señala Stiglitz el fundamento empírico de la teoría de la marea es igual
de sólida que la de la marea que baja (si aumenta la riqueza de los más pobres
aumenta la de los más ricos). Y aunque la teoría del goteo o chorreo es la
principal fuente de explicación de la inequidad, en especial de los que
pretenden justificarla, Stiglitz demuestra que la inequidad lejos de potenciar
lo que hace es debilitar la economía. Pero además tiene otro efecto aún más
nocivo si cabe: un importante número de trabajos demuestran la relación entre
inequidad de resultados e inequidad de oportunidades; y sin igualdad de oportunidades
los nacidos en la parte más baja de la escala seguirán sin tener opciones para mejorar
sus resultados, de forma que la inequidad, en lugar de reducirse, se
incrementará cada vez más.
Esto
ocurrió en Chile (donde la privatización de salud y educación, además de
encarecimiento de servicios básicos fue abriendo cada vez más la tijera de la
inequidad), pero también en buena parte de los países de América Latina y
también de Europa: en el último cuarto de siglo el índice Gini (reflejo del
nivel de equidad de un país) aumentó en un 22% en Alemania, 13% en Reino Unido
y 8% en Italia ( de España ya hablaremos en próximos post). Todos ellos alumnos
aplicados de la teoría económica neoliberal. En todos ellos se observó el mismo
fenómeno: mientras las clases de menos ingresos veían casi congelados sus
salarios a pesar del incremento sustancial de sus horas de trabajo ( en Estados
Unidos aumentaron éstas un 22% entre 1979 y 2012 mientras el salario medio
aumentó solo un 5%), los ricos muy ricos, veían como tanto sus ingresos como su
riqueza se incrementaba exponencialmente ( el 0,1% más rico en Estados Unidos
incrementó sus ingresos en un 236% , de forma que su posesión de la riqueza
global del país pasó del 3,4 al 9,5% en el periodo 1980-2013.Algo muy similar
ocurrió en el resto de los países de elevados ingresos, como demuestra el que
de 22 países de la OCDE en 17 de ellos se incrementara sustancialmente el
índice Gini desde 1985. Cada vez, por lo tanto, somos más desiguales, pero a la
vez (o quizá por ello) los ricos actúan con más prepotencia y avaricia: la respuesta
del ministro chileno a las protestas del pueblo por la subida del precio del
metro proponiendo que aquellos que madrugaran más tendrían menor subida, es
buen reflejo de la falta elemental de humanidad de esta gente.
La
inequidad existente y creciente encuentra su justificación teórica en la “teoría
de la marginalidad residual”: la diferencia de ingresos no deja de ser un
reflejo de la contribución a la sociedad de cada uno: si usted es pobre es porque
no contribuye, porque es un parásito, porque se lo merece. Y es por ello que
mecanismos redistributivos y políticas de solidaridad como las implantadas en
Europa tras la segunda Guerra Mundial son desprestigiadas y combatidas, y las
políticas fiscales que las sustentan especialmente socavadas: bajo este enfoque
las exenciones fiscales a los más ricos no deben ser medidas de las que
avergonzarse, sino que solo son los justos premios a su esfuerzo.
Stiglitz
pone especialmente énfasis en la necesidad de invertir en educación para reducir
la inequidad: “si el gobierno asegura igual acceso a la educación, la
distribución de salarios reflejará la distribución de habilidades, y la
extensión en que la el sistema educativo intenta compensar las diferencias en
habilidades y puntos de partida”. Precisamente la falta de oportunidades para
el acceso a la educación (convertida en una mercancía más por el gobierno de la
dictadura y mantenido así por sus sucesores) es uno de los factores más
determinantes de la inequidad chilena y motivo principal de reivindicación.
Joseph Stiglitz no es un bolchevique, ni votante oculto de Podemos. Un respetable professor de Columbia que, sin embargo, demuestra de que hay versiones alternativas al pensamiento cínico dominante.
Es
importante recordar el fundamento teórico de las propuestas en materia económica
(sobre todo en lo relativo a impuestos) y educativa de todo el espectro
neoliberal español que comienza en Vox y acaba en el Partido Socialista. Al fin
y al cabo ,la mano que mece la cuna de la desigualdad siempre es la misma.
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