En el Reino Unido se está librando una batalla. Y como la que tuvo lugar allí durante la Segunda Guerra Mundial, de su resultado dependerá posiblemente algo muy valioso: salvando las distancias, si en aquellos tiempos era la victoria sobre el nazismo, ahora lo que está en juego es la supervivencia de los sistemas nacionales de salud como modelo de organización sanitaria. En los últimos años parecía poco cuestionable que estos últimos eran en cierta forma el modelo a seguir; incluso el gobierno Obama comenzó tímidamente a dar pasos en esa dirección, que se vieron inmediatamente bloqueados por el partido republicano americano y los correspondientes grupos de presión.
Pero han cambiado las tornas y lo que pretende Cameron en el Reino Unido es sustituir progresivamente el NHS por un modelo a la americana, con múltiples proveedores de servicios privados en competencia descarnada por los clientes. En definitiva, privatizar el sistema.
Una idea aproximada de la batalla en juego puede obtenerse en este video.
Pero han cambiado las tornas y lo que pretende Cameron en el Reino Unido es sustituir progresivamente el NHS por un modelo a la americana, con múltiples proveedores de servicios privados en competencia descarnada por los clientes. En definitiva, privatizar el sistema.
Una idea aproximada de la batalla en juego puede obtenerse en este video.
Simplificando mucho, los argumentos fundamentales que justificarían un cambio de tales proporciones serían dos: por un lado, la competencia entre proveedores, como en cualquier otro sector del mercado, aumenta la eficiencia en la provisión y la satisfacción de los clientes ( en palabras de Cameron: “hablando claramente, la competición es el único camino que existe para conseguir trabajar mejor para los pacientes”). Por otro lado, en los últimos años para el gobierno conservador era evidente el declive de la productividaden la pasada década en el NHS.
Respecto al primero de ellos , un grupo de prestigiosos investigadores británicos con Allyson Pollock a la cabeza ya publicó en Lancet a finales de 2011 que no existen pruebas de que la elección por parte del paciente del proveedor en el NHS salve vidas.
Y con respecto a la segunda razón (la supuesta disminución de la productividad del NHS) un artículo de anteayer, 13 de febrero, del profesor Nick Black (London School of Hygiene and Tropical Medicine) en Lancet pone de manifiesto que este argumento más que una prueba es un mito. La justificación de la idea procede de la ONS (Office for National Statistics) que comparaba el aumento de los gastos en el periodo 2000-2008 ( 46.8 %) con el aumento de los “outcomes” en el mismo periodo (44.3%), de tal forma que, relacionando uno con otro, aparecía una diferencia entre gastos y outputs de 0.4% al año. Pero, como señala Black, la validez de la comparación depende de lo que entendamos por output. En relación con la “cantidad” de la atención sanitaria, la ONS la reduce a tres dimensiones (número de admisiones hospitalarias y consultas externas, número de consultas en atención primaria y número de recetas dispensadas). Con respecto a la calidad, se mide también a través de tres dimensiones: efectividad, seguridad y experiencia de los pacientes, medidas a través de un único indicador ( la seguridad, por ejemplo, a través del ratio de mortalidad hospitalaria estandarizada , y la efectividad en atención primaria a través del grado de control de presión arterial y colesterolemia en pacientes con enfermedad cardiovascular).
Es decir , incluye todas las falacias que cometió Robert McNamara en la guerra de Vietnam y que tan bien explicó Iona Heath la semana pasada en mi escuela:
- Primero: mide cualquier cosa que pueda ser fácilmente medida.
- Segunda: desprecia lo que no puede ser fácilmente medido o dale un valor arbitrario ,si no queda más remedio.
- Tercera: asume que lo que no puede ser fácilmente medido no es importante.
- Cuarta: di que lo que no puede ser medido no existe ( mandamiento especialmente amado por los algunos “calidólogos”).
Hay una última razón para justificar que a nadie se le debería ocultar: los notorios conflictos de interés entre el gobierno conservador británico y las empresas que saldrían especialmente beneficiadas de un cambio de modelo semejante: más de 40 de los miembros del gobierno Cameron tendrían intereses evidentes en privatizar el NHS, comenzando nada menos que por la baronesa Virginia Bottomley of Nettlestone, Directora de BUPA, la aseguradora británica más importante, propietaria también de la española SANITAS.
Cameron no lo tiene fácil; la mayor parte de los profesionales sanitarios y líderes de opinión británicos están frontalmente en contra. Ayer se anunciaba en Twitter la superación de las 100.000 firmas en contra del proyecto legislativo que sustenta el cambio de Lasley: the Health and Social Care Bill (HSCB). Algo que el gobierno Cameron desprecia.
No estaría de más permanecer alerta: Inglaterra no está tan lejos, ni en distancia ni en modelo. Y aquí también comienzan a sembrarse las mismas ideas sin evidencia, y son evidentes los mismos conflictos de interés que allí
Respecto al primero de ellos , un grupo de prestigiosos investigadores británicos con Allyson Pollock a la cabeza ya publicó en Lancet a finales de 2011 que no existen pruebas de que la elección por parte del paciente del proveedor en el NHS salve vidas.
Y con respecto a la segunda razón (la supuesta disminución de la productividad del NHS) un artículo de anteayer, 13 de febrero, del profesor Nick Black (London School of Hygiene and Tropical Medicine) en Lancet pone de manifiesto que este argumento más que una prueba es un mito. La justificación de la idea procede de la ONS (Office for National Statistics) que comparaba el aumento de los gastos en el periodo 2000-2008 ( 46.8 %) con el aumento de los “outcomes” en el mismo periodo (44.3%), de tal forma que, relacionando uno con otro, aparecía una diferencia entre gastos y outputs de 0.4% al año. Pero, como señala Black, la validez de la comparación depende de lo que entendamos por output. En relación con la “cantidad” de la atención sanitaria, la ONS la reduce a tres dimensiones (número de admisiones hospitalarias y consultas externas, número de consultas en atención primaria y número de recetas dispensadas). Con respecto a la calidad, se mide también a través de tres dimensiones: efectividad, seguridad y experiencia de los pacientes, medidas a través de un único indicador ( la seguridad, por ejemplo, a través del ratio de mortalidad hospitalaria estandarizada , y la efectividad en atención primaria a través del grado de control de presión arterial y colesterolemia en pacientes con enfermedad cardiovascular).
Es decir , incluye todas las falacias que cometió Robert McNamara en la guerra de Vietnam y que tan bien explicó Iona Heath la semana pasada en mi escuela:
- Primero: mide cualquier cosa que pueda ser fácilmente medida.
- Segunda: desprecia lo que no puede ser fácilmente medido o dale un valor arbitrario ,si no queda más remedio.
- Tercera: asume que lo que no puede ser fácilmente medido no es importante.
- Cuarta: di que lo que no puede ser medido no existe ( mandamiento especialmente amado por los algunos “calidólogos”).
Hay una última razón para justificar que a nadie se le debería ocultar: los notorios conflictos de interés entre el gobierno conservador británico y las empresas que saldrían especialmente beneficiadas de un cambio de modelo semejante: más de 40 de los miembros del gobierno Cameron tendrían intereses evidentes en privatizar el NHS, comenzando nada menos que por la baronesa Virginia Bottomley of Nettlestone, Directora de BUPA, la aseguradora británica más importante, propietaria también de la española SANITAS.
Cameron no lo tiene fácil; la mayor parte de los profesionales sanitarios y líderes de opinión británicos están frontalmente en contra. Ayer se anunciaba en Twitter la superación de las 100.000 firmas en contra del proyecto legislativo que sustenta el cambio de Lasley: the Health and Social Care Bill (HSCB). Algo que el gobierno Cameron desprecia.
No estaría de más permanecer alerta: Inglaterra no está tan lejos, ni en distancia ni en modelo. Y aquí también comienzan a sembrarse las mismas ideas sin evidencia, y son evidentes los mismos conflictos de interés que allí
Muy interesante, como siempre. En mi opinión la clave de esta discusión está en si la tesis de defensa de la sanidad pública es la premisa o es la conclusión del argumento. Este es un tema donde interviene muchas veces más la pasión o la ideología que la razón y no debería ser así. Si defendemos las bondades de la sanidad pública (sea nivel de titularidad, gestión y/o control) debería ser porque existen evidencias de que es mejor que la privada. Es decir, debería ser la conclusión de los argumentos en discusión. Pero muchas veces es la premisa. Y si partimos de esa tesis como premisa no podremos discutir racionalmente sobre el tema porque estaremos condicionados desde el origen. Y pasa exactamente lo mismo si defendemos la tesis de que es mejor la sanidad privada que la pública. Si es la premisa de la que partimos será imposible el diálogo racional. En mi opinión una u otra tesis o una mezcla de las dos deberían ser la conclusión a la que se llegue después de un análisis racional basado en evidencias en el que los dos criterios básicos para decantarnos por una u otra sean: (i) ¿qué es mejor para el ciudadano como paciente? Y (ii) ¿qué es mejor para el ciudadano como contribuyente?
ResponderEliminarPero esta reflexión en el caso de la sanidad es muy difícil porque la ideología juega un papel demasiado importante desde el principio en la mayoría de personas. Cosa que en general no ocurre tanto cuando discutimos otras cuestiones sociales también críticas como la educación o los servicios sociales, por ejemplo, en los que la discusión sobre las ventajas e inconvenientes de la iniciativa privada se suele hacer con menos pasión. Y conflictos de interés también los hay en ellas.
La batalla de Inglaterra se planteó como una cuestión de premisa, no de conclusión, de defensa de unos principios básicos de la sociedad que se veían amenazados por el régimen nazi. En el caso de la discusión sobre el modelo sanitario creo que no deberíamos hacerlo así. El modelo óptimo debería ser la conclusión de la reflexión o la discusión.
Hola Sergio:
ResponderEliminarTengo un amigo que tiene una artrosis precoz de cadera izquierda y que se manifiesta con una cojera no disimulable. En dos ocasiones le pregunté si se planteaba una artroplastia y en las dos ocasiones me contestó: "He ido al médico privado y me ha dicho que cuando quiera está preparado para ponerme una prótesis. Pero he consultado al traumatólogo de la seguridad social y me ha recomendado que sea prudente y espere la evolución durante algunos años. ¿que te parece, miguel?". Mi amigo es culto, titulado superior y con posibilidades de acceder a información de calidad.
Un familiar próximo estaba asegurado en compañías bajo el modelo MUFACE y cuando pasó a situación de cronicidad (diabético con ERC que precisaba dialización) fué "invitado" por la aseguradora que le cubría a cambiarse, o bien a abonar un suplemento de póliza extra como sobrecargo. En ese momento paso al servicio público de salud.
No pretendo generalizar a propósito de dos casos, sino a partir de lo que cotidianamente oigo, veo y compruebo en mi consulta. Los dos casos hacen referencia a dos de los grandes problemas de introducir el mercado en la provisión de servicios sanitarios: El ejercicio de la capacidad de elección y la competitividad entre los proveedores.
Lamento concluir que, según mi experiencia, la complejidad del sistema sanitario hace imposible que los pacientes (incluso los ilustrados) puedan ejercer en sentido puro la libre elección. Mas bien la mayoría de ellos quedarian en situación de desamparo.
Y tambien lamento ser muy excéptico en la libre competencia entre modelos públicos y privados sin que estos últimos adopten posiciones de parasitismo, oligopolio o selección adversa.
No creo que el sistema sanitario público deba ser subastado sin mas justificación que la crisis de los mercados. No es cuestión de dinero, sino de valores.
miguel melguizo jiménez
Hola Sergio. Como siempre interesante y oportuno.
ResponderEliminarEn relación con lo que comentaba Iona Heath, me ha traído a la memoria un texto de Henry Mintzberg, en el que desmitificaba el rigor con el que algunos economistas se toman la palabra sagrada "EFICIENCIA". Venía a decir que eficiencia significa el beneficio máximo, dado un nivel de costes. Pero, en la práctica, los costes (tangibles) son más fáciles de medir que los beneficios (intangibles), y, en consecuencia la eficiencia muy a menudo se limita a la reducción de costes. Además, ya que los gastos (costes económicos) normalmente son más fáciles de medir que los costes sociales (repercusiones sobre el nivel de salud o el nivel de vida), la eficiencia tiende con demasiada frecuencia a atribuirse sólo los costes tangibles, desestimando y aumentando aquellos, que son considerados como hechos “externos” al sistema: “se trata de problemas sociales”. Se intentan controlar los costes económicos, mientras los costes sociales tienden a aumentar. Y aunque a veces la reducción en los gastos sí produce perjuicios tangibles, sus efectos pueden tardar en notarse (por ejemplo, después de que el directivo o el político haya abandonado el puesto).
Existe la tendencia a hacer caso omiso de todo lo que no pueda ser medido fácilmente, presumiendo que no es muy importante. En ocasiones, decía, se puede sobrentender que lo que no puede ser medido con facilidad y a corto plazo no existe realmente.
¡Qué razón tienen, Iona y Henry!.
Un saludo.
Magnífico Pedro. ¡vaya lección¡ No se puede explicar mejor la eficiencia con menos palabras
ResponderEliminartenía razón Mintzberg...y tu
Un saludo muy cordial