“The fool
doth think he is wise, but the wise man knows himself to be a fool”
(“El
bufón piensa que es sabio, pero el hombre sabio sabe que es un bufón”)
As You Like
It Act 5.Scene 1. William Shakespeare.
El
efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo que afecta por igual a personas competentes
e incompetentes; a los primeros les lleva a sobreestimar las capacidades ajenas;
a los segundos, les induce a creer que son más competentes de lo que realmente
son, incluso que son más inteligentes que los verdaderamente expertos. Fue
descrito por dos psicólogos de la Universidad de Cornell en 1999 y su vigencia
es cada vez más notoria. Hay dos sectores en que este sesgo es especialmente
evidente: el primero es el de los llamados analistas políticos (los
tertulianos); el segundo sector es el de los políticos
En la
primera negociación entre Unidas Podemos y el Partido Socialista Obrero Español
para formar gobierno el pasado verano, el primer partido rechazó la propuesta
del segundo de asumir la responsabilidad del Ministerio de Sanidad considerando
que formaba parte de los Ministerios “vacíos”, aquellos desprovisto de
competencias reales. Es decir, según ellos la salud pública, o la regulación de
la autorización y el precio de medicamentos no son relevantes. El gobierno
actual demostró tener similar valoración que su socio de gobierno al nombrar
como Ministro de Sanidad a uno de sus hombres de confianza, el señor Illa, para
el que parece que no había otro hueco
donde poder ubicarle; mientras el presidente del gobierno se preocupaba muy
mucho de nombrar como Ministra de Economía a Nadia Calviño o de Asuntos
Exteriores a Arancha González por sus amplios conocimientos sobre la materia,
para Sanidad elegía un filósofo con nulos conocimientos de la cartera en
cuestión. Debió creer que para una cartera tan vacía servía cualquiera y allí
que fue don Salvador pensando tal vez que nadie mejor que él para asumir tal
encargo, seguidor de ese grupo de brillantes ejemplos del efecto Dunning-Krugger
en el mismo Ministerio: doña Maria Luisa Carcedo, doña Dolors Montserrat, doña
Fátima Báñez, don Alfonso Alonso, o las inefables Leire Pajín o Ana Mato. Cualquiera
sirve para una cartera vacía, cualquiera se cree sobradamente preparado en
sanidad… hasta que aparece un “pequeño problema de salud pública” (el virus del
Ébola en el 2014 o el coronavirus en 2020). Entonces los políticos comienzan a
darse cuenta de que esa cartera vacía es más compleja de lo que parecía, y
comienzan a pensar que tal vez hubiera estado mejor elegir a alguien capaz de
diferenciar un virus de una bacteria sin necesidad de recurrir a asesores de
postín. Todos los partidos tienen en su ámbito de simpatía personas sobradamente
preparadas en salud; pero casi nunca se nombran. Tal vez porque no hay empresarios
que seducir ni poderes económicos que calmar.
La
Salud Pública es algo que el mundo político español ignora, desprecia y
confunde desde hace décadas: ignora, puesto que sólo cae en la cuenta de su
importancia cuando se presenta una epidemia de histeria colectiva ante carnes
infectadas, gripes exóticas, misioneros enfermos o chinos con mascarilla. Desprecia,
como se desprecia el nombre de Salud Pública en la institución en la que
trabajo ( Escuela Andaluza de Salud Pública) a la que se pretende sustituir por
un nombre que evite el peligroso término de “Público”, como es Instituto
Andaluz de Salud. Y confunde, porque los gobiernos, especialmente los de
centroderecha españoles, confunden sistemáticamente la salud pública con la
sanidad pública, como recientemente hizo el presidente andaluz (“los enfermeros
soportan los defectos de un sistema de salud pública que evidentemente tiene
carencias”). Aquella atroz afirmación de un consejero de sanidad de la
Comunidad de Madrid (“ Yo soy partidario tanto de la salud pública como de la
salud privada”) sigue siendo lugar común en nuestra geografía, sin haber aprendido
nada sobre el hecho de que la salud y sus determinantes desborda el ámbito del
individuo, que se precisa de una buena salud pública ( y formación adecuada en ella) para combatir algunas de
las mayores amenazas para nuestra salud individual y que las mejores escuelas
de salud pública del mundo no están en Venezuela o Cuba sino en…Estados Unidos
( aunque , como en el caso de Johns Hopkins lleve el nombre de un millonario
como Bloomberg). Salud pública, que no es lo mismo que sanidad pública.
Ya
recogíamos en este blog la preocupación en la comunidad científica
internacional ante la posible “extinción y disolución de la Escuela Andaluza de
salud pública, tal y como señalaba textualmente la proposición de Ley
registrada en el parlamento de Andalucía el 30 de diciembre de 2019. Más de
1500 académicos de todo el mundo, más de 15000 firmas de ciudadanos, una multitudinariainiciativa específica del mundo académico y profesional de Chile, la
presidencia de la Federación Mundial de Asociaciones de Salud Pública (WFPHA) y
hasta la propia Organización Mundial de la Salud ( en carta al Consejero de
Salud de Andalucía) han reiterado de forma explícita la necesidad de que esta
institución ( la única escuela que sigue llevando en España el apellido de
Salud Pública) siga existiendo sin perder su identidad propia y diferenciada.
Como
respuesta a tantas voces autorizadas el Parlamento de Andalucía publicó el día
4 de febrero la citada proposición de Ley en el Boletín Oficial del Parlamentode Andalucía. Poco más de un mes después de registrarlo. Sin cambiar una coma.
Incluyendo la disposición final primera que señala que se autoriza a la
Consejería de Hacienda, Industria y Energía para adoptar todas aquellas medidas
necesarias para la puesta en marcha del Instituto Andaluz de Salud “incluyendo
todas las operaciones jurídicas conducentes a la extinción y disolución por
fusión y transformación de la Fundación Progreso y Salud, y la Empresa Andaluza
de Salud Pública, S.A”.
Si
realmente se pretende mantener la esencia de la institución nada más fácil que
eliminar esa disposición.El efecto Dunning-Kruger sigue haciendo estragos.