En el patético debate de investidura
celebrado esta semana, la escasa mención a la sanidad que hizo el candidato a
presidente de gobierno en su discurso se centró en alabar las bondades de
nuestro sistema sanitario, único punto en que coincide en este país la
izquierda y la derecha, el norte y el sur. Para el Sr Sánchez Castejón nuestro
sistema es el “tercero más eficiente del mundo”. Ignoro si ello significa algo parecido a una medalla de bronce, o más bien supone quedar
tercero en la Liga, y si eso implicará realizar algún fichaje estrella para la
legislatura que viene (tan del gusto de los gobiernos socialistas) o nos
conformamos con nuestra “equilibrada” plantilla.Requiem
Esta tendencia a sacarnos a nosotros
mismos de procesión (tan del gusto del español) es un buen indicador de uno de
los mayores problemas que aquejan a este país, bien puesto de manifiesto en
este esperpéntico sainete de debate. A la manera de Gloria Swanson en la
maravillosa El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard) de Billy Wilder, el sistema sanitario español
sigue anclado en los recuerdos de sus viejos días de gloria, cuando los
desconchones de la edad y el abandono generan espanta a cualquiera menos a los
gobiernos de turno. La muestra más evidente del desprecio con que los gobiernos
estatales o autonómicos, los partidos de unos y otro signo, consideran a la
sanidad es su consideración de asignatura maría, de película de serie B en las penosas
negociaciones de estos días, en que el negociante de Unidas Podemos
minusvaloraba la importancia del Ministerio de Sanidad al estar transferidas
las competencias a las comunidades autónomas. Tal vez por ello ha tenido que
ser un humilde pero sumamente brillante médicos de familia, Roberto Sánchez, el
que ha tenido que desvelar el escandaloso proceso de introducción de la vacuna
contra la meningitis B, que en cualquier sistema sanitario realmente competente
debería haber vigilado y controlado la máxima autoridad sanitaria.
¿Qué es ser uno de los mejores sanitarios
del mundo? ¿Es comparable el esfuerzo que realiza un país con un sistema
sanitario de financiación a través de impuestos, y proveedor público único con
el de un sistema que intenta reducir la inequidad con las limitaciones que
supone tener un sistema fragmentado en 50 prestadores diferentes? ¿Supone el
mismo mérito atender a una población de 8 millones que de más de 200 como
Brasil?
¿Es que ninguno de los rutilantes
políticos de este país que se llena la boca con el mantra de que nuestro
sistema sanitario o nuestra Atención Primaria es la mejor del mundo, es capaz de ver que nuestros
tiempos de atención por paciente en atención primaria ( 5 a 7 minutos) genera estupefacción en lugar de admiración en cualquier lugar del mundo? ¿No les produce
vergüenza permitir que pueda haber médicos que atiendan 60 pacientes en un solo día? ¿ No se
abochornan ante las listas de espera opacas, la inequidad del acceso a la salud
bucodental o la salud mental, en que tu boca o tu cordura son diferentes según
el dinero que tengas?
En Antes
que el diablo sepa que has muerto , otra magnífica película en este caso de
Sidney Lumet, dos hermanos tan ambiciosos como chapuceros planean hacerse ricos
para poder dar respuesta a sus muy diferentes necesidades mediante un robo
perfecto, sin armas , sin violencia, y sin víctimas, en el propio negocio de su
familia. El resultado es un completo desastre fruto de su manifiesta
incompetencia. El resultado del debate de investidura tiene peligrosas
similitudes con aquella película. Un entretenimiento, un juego no más, entre
dos aventureros para los que no parece importante el demorar decisiones
trascendentales para la vida de las personas seis meses más, sin solucionar (por
ejemplo) los gravísimos problemas de nuestro sistema sanitario, que les sigue
pareciendo el mejor del mundo.
Y mientras Hamlet duda y se bate en
duelo, afuera Fortinbrás y sus aliados solo esperan la oportunidad para hacerse
con el reino.