Aunque la oficina abre a las 9 y solo permiten la entrada con cita previa, desde las 8 de la mañana hay gente haciendo cola. El policía que custodia férreamente la entrada despeja sin miramientos a los demandantes; pero aunque no deja pasar a nadie sin el salvoconducto correspondiente, raciona su condescendencia en función del perfil del extranjero: con algunos hay hasta cierta amabilidad que desaparece radicalmente si el individuo es de otro color, no entiende, persevera o muestra desesperación. La mayor parte de ellos solicitan angustiados una cita para imprimir simplemente sus huellas, proceso que si ya de por si presentaba una demora inaceptable, sin el confinamiento, con éste se ha convertido en una quimera. Han pasado ya varios meses del levantamiento de la cuarentena pero sigue sin ser posible acceder a una cita. Un día el policía de la puerta de Extranjería les dio el soplo de que lo intentaran a las 2 o las 3 de la madrugada; no saben si se agotó en seguida o simplemente fue un artilugio del agente para quitárselos de encima. Otro día el consejo fue el de hacerlo a las 9 de la mañana de cada viernes. Algunos afortunados consiguieron así su cita pero otros veteranos miembros de la cola cuentan que llevan semanas intentándolo cada viernes sin éxito: a muchos les escupe el sistema ( en el doble sentido de la palabra); otros , más ilustrados, cuentan que es más fácil conseguir una entrada de Coldplay o de los Stones que pillar alguna de las citas que el gobierno otorga como migajas.
La cita previa era a las 10 pero son las 10.50 y sigue en la cola; cuando por fin pasa tras el chequeo preceptivo del agente observa con sorpresa que le dan un nuevo número para otra cita, convirtiendo el supuesto sistema de cita previa en una mofa. Los afortunados que entraron en la oficina llevan una hora y media de retraso de media; algunas personas mayores solicitan ir al baño pero no hay baño abierto para los extranjeros. Cabe suponer que los funcionarios de extranjería dispondrán de baño propio por lo que sólo caben dos interpretaciones, habida cuenta de que algún servicio de limpieza ha de limpiar la oficina: o bien las autoridades consideran que los extranjeros no necesitan orinar, o bien es que creen que la covid-19 se transmite mucho más entre esta chusma. Una señora mayor, de origen asiático, insiste en que ella sacó una cita para toma de huellas; la funcionaria de turno, inflexible en el ejercicio de su deber, corrobora con satisfacción que se ha equivocado, que lo que sacó fue una cita de asignación de NIE y no de huellas, y que debe pedir otra cita para otro día; las protestas de la señora duran lo que tarda el policía en echarle a la calle. El presunto cargo de conciencia de la funcionaria le empuja a decir a los extranjeros que esperan en la oficina que no es culpa suya, que hay que pedir bien las citas porque si no aquello sería un caos.
Cuando por fin alcanza a llegar a la mesa, la extranjera ruega al funcionario de turno que le permita tomar también las huellas de su hija, que espera fuera con su padre ante la cerrazón del policía a facilitar el paso a la niña. El funcionario, que ha estado más de 45 minutos ausente ( los extranjeros son extranjeros pero no tontos y observan las salidas y entradas), le dice que no se pueden hacer excepciones. La extranjera insiste ante la imposibilidad de conseguir una cita, pero el hombre estricto la tranquiliza con una humanidad inusitada: no tiene por qué preocuparse porque en septiembre vuelven muchos de sus compañeros de vacaciones y habrá más citas.
Al salir de la oficina, dos horas y media más tarde de la hora prevista, la extranjera se acerca al bar de enfrente a tomar un café: junto a él un negocio publicita en un cartel en la vía pública sus servicios ( ver foto): además de fotocopias,fotos y recargos, se ofrecen sin complejos citas de extranjería y toma de huellas.Por curiosidad entra y pregunta como es el servicio de cita: sencillo, se pagan 100 euros y se consigue inmediatamente la cita Apenas a cincuenta metros de donde el policía estricto despeja la entrada de molestos migrantes.
El país
en que este curioso incidente ocurre no es uno de los que España cataloga despecctivamente como "países bananeros". Es la propia España y la ciudad en que ocurre Granada. Cuando un negocio se atreve a
ofrecer entre su cartera de servicios, citas de una administración pública por
un precio abusivo son evidentes dos cosas: una que el dueño del negocio en
cuestión se sabe impune: no se atreve a ofertar venta de cocaína, pero sí de
citas de extranjería. La otra consecuencia evidente es que la garantía de
obtener cita en cualquier momento, todos los días del años,sólo puede ser posible con la
connivencia de algunos de los responsables o funcionarios que participan en la
gestión de esa cita, y que permiten que el respetable negocio logre lo que para un extranjero es casi imposible.
El problema de las citas para extranjeros, migrantes y refugiados ha sido denunciado ante el defensor del pueblo y recogido por diversos medios de comunicación. A los responsables de los ministerios de Interior y Administraciones Públicas les trae al pairo. España puede seguir presumiendo de que es un país amigo de los migrantes, que trata con amor a sus refugiados, donde todos (y todas) son bienvenidos. Pero sepan ustedes, si leen esto desde cualquier otro lugar que es pura farsa. No es mejor ni peor que otros; es simplemente un país indecente.