Sigamos analizando ese medio tan "poco fiable" de averiguar lo que le pasa a un ser humano al que llamamos médico. Por desgracia para los partidarios de convertir la medicina en una técnica electrónica (de esas que se aplican ahora en cualquier taller cada vez que un coche se estropea) aún parece que queda un rato hasta que los seres humanos puedan ser chequeados por un programa informático y en el peor de los casos, reiniciados.
Danielle Ofri comenzaba su artículo en el New York Times relatando un día cualquiera, en una consulta cualquiera, de casi cualquier médico, en cualquier parte del mundo: el paciente que ha iniciado tratamiento por un hipotiroidismo y se siente mal, el que tiene punzadas en la parte baja del abdomen, la señora a la que le queman los pies, aquel otro que no puede con la vida… Todos se encuentran mal y todos exigen una atención inmediata…
Detrás de cada una de esas decisiones se esconde un amplio abanico de opciones que oscilan entre la simulación y la muerte. En los libros se le llama diagnóstico diferencial. Para ello el médico cuenta esencialmente con tres instrumentos: hacer las preguntas correctas, escuchar con atención y acertar a escuchar las señales que van escondidas en una historia y un cuerpo.
Enumerar las causas que podrían producir ese cuadro, seleccionar la más probable y explicar al paciente lo que cree que tiene y lo que procede hacer ( o lo que es áun peor, explicarle por qué no sabe lo que tiene) es algo que el médico debe hacer en mucho menos tiempo del que emplea un dependiente en buscarte un pantalón de la talla 40. Si dispusiera de una hora por paciente ( lo que emplea un abogado en analizar superficialmente una demanda de asesoría) quizá no fuera tan difícil. Pero el médico debe hacer eso, con 50 pacientes, disponiendo de apenas 5 minutos para cada uno de ellos: mucho menos de lo que tarda mi hija en elegir si hoy le apetece un helado de fresa o de nueces de macadamia.
El problema es que la decisión no es banal. Esa molestia en la boca del estómago puede ser la última neura de un hipster, pero también las primeras manifestaciones de un cáncer de páncreas . La mujer que no duerme puede tener un hipotiroidismo, pero también puede estar sufriendo violencia en casa que no quiere confesar. El que se queja de mareos puede ser un obseso del chequeo de catástrofes en Internet, pero también podría tener un trastorno del ritmo cardiaco, a pesar de su cara de bobo.
Se requiere que ese trabajo, cada vez menos apreciado y valorado socialmente, se haga rápido y sin posibilidad de fallo, como el montador de tuercas de patines. La actitud de sus jefes suele ser la del explotador impaciente; en palabras de mi abuela “ déme una limosna , pero démela rápido , que tengo mala leche”.
Todos aquellos que consideran que un médico de familia puede hacer bien su trabajo en 5 minutos, no solo están menospreciando un trabajo sumamente valioso y complejo, sino que en el fondo están considerando a los pacientes como meros objetos, juguetes rotos, cachivaches descuajeringados que cualquiera puede recomponer.
Por supuesto es cierto que existen también médicos que no sabrían que hacer con 20 minutos por paciente ,porque nunca tuvieron conocimiento ni habilidades ni actitudes para ejercer su oficio o las perdieron por el camino, instalados en la comodidad del trabajo en cadena de receta y tentetieso. Por supuesto que los médicos de familia que llevan tiempo en sus cupos ( cada vez menos) son capaces de saber a menudo que les pasa a sus pacientes sin más que mirarles a la cara ( cada vez menos porque donde hay que mirar es al ordenador).
Pero seguir tolerando que se considere normal atender a los pacientes en 5 minutos (algo que no ocurre en ningún país civilizado) es algo que no se debería permitir más. Aquí si hace falta Tolerancia cero…pero al desprecio de la dignidad del trabajo bien hecho.
(Viñeta de El Roto en El Pais)