La imagen es siempre la misma, en cualquier lugar de
vacaciones: ya sea ante una remota iglesia románica, un atardecer esplendoroso
o la actuación de tu grupo favorito, la muchedumbre desenfunda con rapidez de
pistolero su teléfono móvil para capturar el momento y convertirlo en recuerdo
memorable. Incluso se mete uno dentro, ayudado por ese "ridículo palo" que alarga
el propio brazo. Lo importante no es tanto disfrutar del momento supuestamente
único, como diseñar su recuerdo, que además deberá ser expuesto y compartido a
través de nuestras redes sociales. Como escribe Daniel Kahneman “ valoramos las
vacaciones turísticas por las historias vividas y los recuerdos que esperamos
guardar”.
El premio Nobel de Economía tiene una rara habilidad para
simplificar hasta la caricatura procesos mentales enormemente complejos.
Kahneman reconoce su artificio, pero lo justifica como el precio que hay que
pagar para hacer inteligible el funcionamiento del cerebro humano. Según él
estamos dirigidos por dos personajes ( sistema 1 y 2) que determinan nuestras
decisiones, pertenecemos o bien al grupo de los econos ( que viven en la
teoría) o de los humanos ( que se mueven en el mundo real) , y escondemos en
nuestro interior dos “yo” , uno minusválido y el otro manipulador: el “yo” que
experimenta, y el “yo” que recuerda. El primero es el que va construyendo nuestra vida a través de las experiencias de cada día. El segundo es un
diseñador de biografías, el que escribe la historia que te interesa, y el que
toma siempre las elecciones.
Esto último ( la elección) lo demostró Kahneman con un
experimento famoso realizado ya hace muchos años con otro genio ( Don Redelmeier).
Ambos midieron el nivel de dolor ( de 0 a 10), minuto a minuto, de 154
pacientes pacientes sometidos a colonoscopias en los tiempos heroicos en que se
realizaba sin anestesia . También midieron la duración de la intervención. Al
finalizar la tortura se pidió a los participantes que estimaran algo tan
incuantificable como la “cantidad total de dolor experimentado”. Los resultados
obtenidos fueron paradójicos: en contra lo que pudiera suponerse, la duración de
la prueba no influía de manera importante en la percepción de dolor, sino el
punto máximo que éste alcanzaba y, sobre todo, la intensidad de dolor en el
momento en que terminaba la prueba. De manera que la mayor parte de los
pacientes estarían dispuestos a repetir pruebas largas que terminan de forma
poco dolorosa ( pero con mayor cantidad acumulada de dolor) antes que pruebas
cortas pero con terminación muy dolorosa. Es decir nuestro “ yo” que recuerda
tiene poco en consideración al “yo” que experimenta ( y sufre) a la hora de
tomar decisiones que le afectan esencialmente a éste. O como dice Kahneman “ el
yo que experimenta no tiene voz. El yo que recuerda a veces se equivoca, pero
es el único que toma decisiones . Lo que aprendemos del pasado es a maximizar
las cualidades de nuestros futuros recuerdos, no necesariamente de nuestra
futura experiencia”.
El yo que recuerda actúa con suma prepotencia sobre nuestra
vida. Magnifica circunstancias banales ( detalles ridículos pero que convierten
en nuestra vulgar biografía en una
“molona”) y maltrata experiencias profundamente valiosas pero que en un
determinado momento acabaron mal ( como las colonoscopías sádicas de Kahneman).
Como éste escribe “ un divorcio es como una sinfonía con un sonido estrepitoso
al final; el hecho de que termine mal no significa que toda ella fuera
mala”. La felicidad que pudo sentir el
“yo” que experimenta durante aquel viaje de fin de semana, es triturada sin contemplaciones por el
“yo” que recuerda, o que (mejor dicho), no quiere recordar nunca más nada de
aquello.
Esto ha sido así siempre y bastante avance supone ser
conscientes de ello. Pero ese “extrañamiento” del yo que experimenta, del yo
que realmente nos construye, está llegando al extremo. Cada vez experimentamos
menos porque cada vez ocupa más la escena el “yo” que recuerda, un director de
cine poseído y lunático, empeñado en grabar cada instante para subirlo a
Facebook a la velocidad del rayo: apenas disfrutamos de la charla banal en el
bareto apoyados en la barra, de esa canción memorable que no escuchamos realmente,
pendientes de capturarla con el
teléfono para no verla nunca , de ese atardecer que no vale nada si no se
convierte en foto viral entre amigos tan bobos como nosotros.
El “yo” que recuerda, cada vez más poseído, escribe nuestra
biografía ( o mejor las biografías que queremos) en lenguaje facebook. Visitar
el de cualquiera supone asistir a una exposición de lo buenos, listos, guapos, solidarios, ocurrentes
divertidos y, por supuesto “guays” que somos todos. Las miserias se esconden
bajo la alfombra. Pero aunque también nosotros hayamos visto “naves ardiendo más allá de
Orion” como Batty, deberíamos prestar algo más de atención a nuestro minusválido "Yo" que experimenta.
Porque es el que realmente construye nuestra vida. La real, no la diseñada para
que les guste a otros.