El 7 de marzo,cuando aún no se había decretado el estado de alarma en España, un grupo de 27 investigadores, fundamentalmente virólogos, publicó un manifiesto en Lancet de apenas 350 palabras “ en apoyo de los científicos, profesionales de la salud pública y médicos de China". Apenas habían pasado dos meses desde la declaración del primer caso de covid-19 y ya afirmaban estos distinguidos expertos que “ condenamos con total rotundidad las teorías de la conspiración que sugieren que la Covid-19 podría no tener un origen natural” asegurando que las pruebas existentes son abrumadoras respecto a su origen en la vida salvaje. Curioso que en apenas dos meses la evidencia fuera ya abrumadora mientras que a la vez instaban a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a basar sus decisiones en la mejor evidencia disponible. El manifiesto concluye con una llamada a unirse a la cruzada inaugurando así el “hooliganismo” científico en la era Covid-19. Uno de los autores del citado escrito era Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance of New York, financiadora de la investigación sobre coronavirus en el Instituto de Wuhan. Por supuesto no reflejó ningún conflicto de interés, estableciendo también la senda que posteriormente siguió nuestro Fernando Simón en su carta en el Lancet presentando los éxitos de su gestión.
Desde aquella carta una pandemia paralela de silencio se extendió por el mundo, siendo inmediatamente tildados de conspiranoico y terraplanistas los que osaran cuestionar, siquiera levemente el axioma. Ningún periódico, contertulio, virólogo de postín o epidemiólogo de relumbrón dudó de la hipótesis. A ello contribuyó que una de las 20.000 bravatas que lanzó Trump fuera la de que el SARS-CoV-2 se originó en un laboratorio chino como señala Peter Gotzsche.
Casi un año después una delegación de la OMS pudo por fin visitar Wuhan para investigar la respuesta inicial china y el origen de la pandemia. A principios de enero su Director General había manifestado su decepción por el retraso en la autorización del gobierno chino de la misión. Hace cinco días, el 14 de mayo, otro grupo de investigadores publicó en Science una carta en la que aseguran que las muestras, datos e información de la citada delegación fue recogida y resumida por la mitad del equipo designada por el gobierno chino, mientras la otra mitad, designada por la OMS “armaba el informe”. De esa delegación formaba parte (¡como no¡) Peter Daszak, que tampoco en este caso presentaba ningún conflicto de interés. Es conocido el resultado del informe: se concluye que es probable o muy probable la hipótesis de que el SARS-CoV-2 infectó a la especie humana desde un huésped intermedio aún no encontrado ( aunque se han revisado más de 80.000 animales), mientras que la hipótesis de que su origen estuviera en un “incidente de laboratorio” se considera como "extremadamente improbable”. Los autores de la carta a Science señalan que paradójicamente esta conclusión se alcanza dedicando solamente 4 de las 313 páginas del informe, hasta el punto que el propio Director General de la OMS consideró poco después que la evidencia que sustentaba la declaración de que la hipótesis de la generación en laboratorio era insuficiente, ofreciendo fondos adicionales para realizar una investigación en profundidad.
Desde principios de este mes de mayo se han ido sucediendo
informaciones sobre este aspecto crucial de la pandemia que apenas han tenido
eco alguno en medios de comunicación, manteniendo el silencio sepulcral los
virólogos mediáticos que asolan éstos. Primero fue
Nicholas Wade, divulgador científico en Nature, Science y The New York Times en
el que en un exhaustivo artículo desgrana los argumentos a favor y en contra de
las dos hipótesis principales sobre el origen de la pandemia. Hoy es Petr
Goezsche el que desde el Institute for Scientific Freedom llega a afirmar con
rotundidad que el virus tiene su origen en un laboratorio chino (“ Made in
China: the coronavirus that killed millions of people”). Lo mejor es que lean el artículo de Wade y con los datos de cada una de las hipótesis en la mano decidan por si mismos.
Los conflictos de interés subyacentes son de una envergadura descomunal: muy someramente , es un hecho ( no una suposición) que un virus puede“escapar “ de un laboratorio y producir casos fuera de él ( ocurrió con la viruela en los años 60, la gripe H1N1 en 1977 y el SARS-1 también en China en 2003).
Es también un hecho que desde hace más de 20 años, laboratorios de diversas partes del mundo vienen trabajando en la creación de virus más peligrosos que los existentes en la naturaleza con el fin último de buscar formas de protegernos de ellos. Los experimentos llamados Gain in Function (Ganancia de Función) van dirigidos a ello y han recibido cuantiosos fondos de las agencia de investigación norteamericanas: Dados sus riesgos potenciales la administración Obama estableció una moratoria en el periodo 2014 a 2017, que afectó a los proyectos de Daszak financiados por el National Institute of Allergy and Infectious Disease (NIAID). Y fue Anthony Fauci director entonces de dicho instituto quien permitió que la moratoria se desvaneciera y los fondos llegaran al laboratorio de Shi en Wuhan. El propio Daszak presumió en una entrevista el 9 de diciembre de 2019 que habían creado en el Instituo de Wuhan más de 100 nuevos SARS coronavirus, algunos de los cuales habían crecido en cultivos de células humanas y que podrían causar enfermedades intratables en ratones “humanizados”.
También es un hecho que durante todo este tiempo el gobierno chino ha estado dificultando cualquier investigación objetiva sobre lo sucedido, según señala Peter Gotzsche:elimnando los registros y cerrando las bases de datos, bloqueando carreteras y cerrando el acceso a información de las cavas de Yunnan de donde proceden los murciélagos empleados en sus experimentaciones, o amenazando a la comunidad internacional con sanciones a los intentos internacionales de promocionar investigaciones sobre el origen del virus.
Y es un hecho de que aunque esté considerado un instituto que mantiene un nivel de seguridad alto (BSL4) muchos de los experimentos con coronavirus se realizaron en condiciones de seguridad bajas (BSL2).
Los autores de la carta en Science no son conspiranoicos seguidores de Trump: Marc Lipsitch, del departamento de Epidemiología de Harvard es uno de los epidemiólogos más respetados de Estados Unidos, habiendo debatido extensamente con John Ioannidis defendiendo la necesidad de los confinamiento. Ralph Baric es uno de los mayores expertos en coronavirus habiendo colaborado con la Dra. Shi del Wuhan Institute. Y Yujia Chan es investigadora en el MIT y Harvard y trabaja monográficamente en esta línea.
Los autores de Science no afirman ( como sí hace Gotzsche), que el SARS-CoV-2 se creara en el laboratorio del Instituto de Wuhan. Creen que es una hipótesis posible, como también lo es la de que sea una zoonosis. Pero piden una investigación “ transparente, objetiva, basada en datos,incluyendo a un amplio espectro de expertos, sujeto a una evaluación independiente y gestionada para minimizar los conflictos de interés”.
Lo que está en juego no sólo es saber la causa y la
responsabilidad subyacente de las más de 3 millones de muertes por Covid-19
sino sobre todo como prevenir que investigaciones tan peligrosas puedan
llevarse a cabo en el futuro, sea en China, Estados Unidos o Europa. Y
precisamente por ello llama más la atención el desolador silencio de medios de comunicación
y sus patéticos expertos.