En la magnífica Mi vida sin mi, de Isabel Coixet, una joven madre debe afrontar el diagnóstico de un cáncer irresecable con un pronóstico infausto. Ann, interpretada por Sarah Polley, decide imaginar como sería su vida sin estar ella presente, como mantener su recuerdo cuando sus hijas vayan creciendo, quien podría ser incluso una buena madre para ellas. Si hace unas semanas comparábamos la situación de la atención primaria con la de “El Increíble Hombre Menguante”, tras leer algunos de los artículos del último Informe SESPAS publicados en Gaceta Sanitaria, el futuro de la atención primaria parece tan ominoso como el de la admirable protagonista de la película de Coixet.
A pesar de las recomendaciones de Anna García Altés y Vicente Ortún a orientar el sistema sanitario hacia la atención primaria como una de las claves para garantizar solvencia del mismo, la política de aniquilación de la Atención primaria por parte de todas las administraciones sanitarias españolas avanza inexorable. En su excelente trabajo sobre el funcionamiento del “ascensor social” ( la movilidad vertical que permitiría que los hijos de los pobres pudieran dejar de serlo), García-Altés y Ortún defienden que para invertir la tendencia de aumento en las desigualdades y disminución de la movilidad intergeneracional resulta imprescindible mejorar la educación PRIMARIA y la atención PRIMARIA, dos de los ámbitos del estado de bienestar más castigados por el gobierno de la nación , con la colaboración inestimable de la práctica totalidad de las comunidades autónomas.
Una buena prueba del castigo son los datos que aporta Andreu Segura en su análisis sobre recortes, austeridad y salud publicado también en el citado Informe: mientras el gasto en atención primaria se redujo ,en el periodo 2009-2011, un 5,7% ( de 10.831 MM a 10.219 MM), lo que representa nada menos que un 22% de la reducción global de gasto realizada, el gasto hospitalario no solo no disminuyó, sino que aumentó un 1%, alcanzando el 58,35% del gasto sanitario global. Crecimiento desde 39149 MM a 39497 MM, en un escenario de recortes drásticos para lo que no sea la partida protegida de todas las comunidades autónomas, y en el que el margen para la mejora de la eficiencia es más que evidente.
Las consecuencias de este estrangulamiento financiero para la Atención Primaria son muy relevantes: se mantiene desde hace décadas el menor tiempo de consulta por paciente de los países de nuestro entorno, manteniendo presiones asistenciales diarias más propio de consultas veterinarias que médicas ( parafraseando a Tudor Hart). Los médicos de familia de todo el país aceptan, con su habitual resignación, disminuciones de sueldos de cerca de un 20%, desaparición de suplencias ante ausencias por vacaciones, enfermedad o docencia ( cubiertas sin rechistar por el resto del equipo) y amortización de las plazas que dejan de estar cubiertas por titulares.
Nos lamentamos de que queden sin cubrir plazas ofertadas de medicina de familia en el MIR, pero callamos ante el vergonzoso hecho de que los residentes que terminaron su periodo de formación con posterioridad a 2007 solo pueden emigrar, iniciar una segunda especialidad o aceptar contratos humillantes. Aquellos que tenemos la suerte de tener una plaza estable aceptamos y callamos la situación puesto que, al fin y al cabo, no nos afecta.
Como complemento a la reducción radical de financiación, va cundiendo de manera sutil otra suerte de estrategia destinada a hacer invisible la atención primaria como entorno diferenciado: se comenzó por hacer desaparecer el nombre de AP de las direcciones generales o gerencias; se continuó con la aparición de gerencias únicas o áreas integradas en todos los servicios regionales del país, que en ningún caso han demostrado mejorar la eficiencia o la coordinación que los modelos clásicos de organización. La última ofensiva es la implantación de modelos de atención a crónicos liderados por los servicios hospitalarios con la ayuda intangible de las grandes empresas tecnológicas y farmacéuticas, y en el que la Atención primaria corre el riesgo de convertirse en un simple recolector de pacientes, clasificándolos en el lote más adecuado ( simple, complejo, multimórbido) para su posterior explotación especializada. Hablar de Atención Primaria resulta incómodo en muchos servicios regionales, término que se considera más propio del pasado que de los nuevos tiempos; sin embargo nadie tiene complejo en seguir hablando de hospitales y de su importancia en los sistemas sanitarios.
No debería ser descartable un escenario futuro de un sistema sanitario en el que la atención primaria resulte invisible, difuminada en un entramado de organizaciones centradas en enfermedades ( reales o inventadas) bajo la permanente supervisión de los hospitales. Podemos empezar a imaginar como sería el sistema sanitario sin la atención primaria, algo que , en definitiva, quizá no nos importa demasiado porque para entonces tal vez estaremos jubilados.
Pero si creemos que sigue mereciendo la pena fortalecerla para proteger a los pacientes, reducir desigualdades o mantener la sostenibilidad del sistema no queda otra alternativa que luchar por ella. Ningún político ni administración sanitaria va a hacerlo por nosotros.