En terapia ( In treatment) es una magnífica serie de televisión de la HBO americana ( la misma que produjo Los Soprano o The Wire) que por supuesto, nunca será emitida por ninguna televisión española en horario de máxima audiencia, porque tendría el peligro de estimular la inteligencia de la gente. Fue producida por el actor Mark Wahlberg , y dirigida por Rodrigo García ( hijo de Gabriel García Márquez y director de películas como Cosas que diría con solo mirarla). No es preciso mucho dinero cuando se tiene talento: En terapia es una serie de muy bajo presupuesto, rodada en apenas una habitación ( la consulta de un psicoanalista), y protagonizada por media docena de actores. En ella se puede asistir a las sesiones del psicoanalista Paul Weston (Gabriel Byrne), quien recibe un paciente cada día, de lunes a jueves. El viernes el paciente es él.
El único instrumento del Dr Weston es el viejo arte de la escucha. Por supuesto, no es equiparable el trabajo de un psicoanalista al de un médico, pero hubo un tiempo en que también para los médicos aquel fue un arte necesario. Hoy por el contrario parece que ya no lo es, instrumento en franca retirada, sustituido por las brillantes nuevas tecnologías diagnósticas, ante las que nos comportamos como los nativos frente a las baratijas de colores que ofrecían los codiciosos conquistadores europeos.
Hace unas semanas Wendy Levinson y Philip Pizzo , dos médicos de las universidades de Toronto y Stanford respectivamente, publicaban una reflexión sobre este tema, (absolutamente menospreciado por las “prestigiosas” revistas españolas), en JAMA: Patient-Physician Communication. It’s about time. Como señala en la entrevista la primera autora, el énfasis está en el subtítulo: “ Esto va de tiempo”.
Hay evidencias apabullantes sobre los graves riesgos que implica para la seguridad del paciente la ausencia de tiempo suficiente de atención. También hay evidencias robustas sobre los beneficios de una buena comunicación con el paciente, no solo respecto a su satisfacción con la atención recibida (que también) sino en relación con los resultados clínicos. Sin embargo nadie parece poner el foco en este humilde instrumento llamado “escucha”. Como señalan Levinson y Pizzo, la escucha activa requiere que los médicos escuchen profundamente a los pacientes contar la historia de sus padecimientos y como les afectan. Y eso requiere tiempo. Sin embargo las autoridades sanitarias, sus gestores e incluso una parte significativa de los propios profesionales, han ignorado este planteamiento esencial, considerando que el exceso de presión asistencial es solamente un problema de eficiencia en la gestión de la consulta. Han conseguido que la carga de la prueba pase al médico: si uno tiene muchos pacientes debe ser porque “gestiona” mal la consulta: porque no es capaz de solucionar los problemas de un paciente en cinco minutos, porque maneja mal su incertidumbre, porque no evita la hiperfrecuentación de los más asiduos…
Atender enfermos no es aumentar la producción de magdalenas a base de meter más bollos en los paquetes. Atender pocos pacientes en la consulta privada es señal de distinción; en la pública es muestra de ineficiencia.
Como siempre todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. Hemos creado un sistema en que los alumnos con mejores notas en el bachillerato son los elegidos para hacer medicina, sin tener para nada en cuenta su capacidad para hablar y escuchar a gente enferma. La comunicación no está presente en el currículo de la carrera, y las especialidades más deseadas en la selección del MIR son a menudo las más alejadas del contacto real con los pacientes. Hay provincias españolas en que los médicos ven cincuenta pacientes al día de media, algo absolutamente impensable en cualquier país civilizado. Se ha primado la cantidad (propia de industrias dedicadas a la producción de automóviles) sobre la calidad de la atención prestada.Tal vez porque viendo tan mal a los pacientes tenemos la excusa de no poderlos escuchar. Y escuchar, siempre ha sido un trabajo sumamente complejo. Mucho más que interpretar una resonancia.
El único instrumento del Dr Weston es el viejo arte de la escucha. Por supuesto, no es equiparable el trabajo de un psicoanalista al de un médico, pero hubo un tiempo en que también para los médicos aquel fue un arte necesario. Hoy por el contrario parece que ya no lo es, instrumento en franca retirada, sustituido por las brillantes nuevas tecnologías diagnósticas, ante las que nos comportamos como los nativos frente a las baratijas de colores que ofrecían los codiciosos conquistadores europeos.
Hace unas semanas Wendy Levinson y Philip Pizzo , dos médicos de las universidades de Toronto y Stanford respectivamente, publicaban una reflexión sobre este tema, (absolutamente menospreciado por las “prestigiosas” revistas españolas), en JAMA: Patient-Physician Communication. It’s about time. Como señala en la entrevista la primera autora, el énfasis está en el subtítulo: “ Esto va de tiempo”.
Hay evidencias apabullantes sobre los graves riesgos que implica para la seguridad del paciente la ausencia de tiempo suficiente de atención. También hay evidencias robustas sobre los beneficios de una buena comunicación con el paciente, no solo respecto a su satisfacción con la atención recibida (que también) sino en relación con los resultados clínicos. Sin embargo nadie parece poner el foco en este humilde instrumento llamado “escucha”. Como señalan Levinson y Pizzo, la escucha activa requiere que los médicos escuchen profundamente a los pacientes contar la historia de sus padecimientos y como les afectan. Y eso requiere tiempo. Sin embargo las autoridades sanitarias, sus gestores e incluso una parte significativa de los propios profesionales, han ignorado este planteamiento esencial, considerando que el exceso de presión asistencial es solamente un problema de eficiencia en la gestión de la consulta. Han conseguido que la carga de la prueba pase al médico: si uno tiene muchos pacientes debe ser porque “gestiona” mal la consulta: porque no es capaz de solucionar los problemas de un paciente en cinco minutos, porque maneja mal su incertidumbre, porque no evita la hiperfrecuentación de los más asiduos…
Atender enfermos no es aumentar la producción de magdalenas a base de meter más bollos en los paquetes. Atender pocos pacientes en la consulta privada es señal de distinción; en la pública es muestra de ineficiencia.
Como siempre todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. Hemos creado un sistema en que los alumnos con mejores notas en el bachillerato son los elegidos para hacer medicina, sin tener para nada en cuenta su capacidad para hablar y escuchar a gente enferma. La comunicación no está presente en el currículo de la carrera, y las especialidades más deseadas en la selección del MIR son a menudo las más alejadas del contacto real con los pacientes. Hay provincias españolas en que los médicos ven cincuenta pacientes al día de media, algo absolutamente impensable en cualquier país civilizado. Se ha primado la cantidad (propia de industrias dedicadas a la producción de automóviles) sobre la calidad de la atención prestada.Tal vez porque viendo tan mal a los pacientes tenemos la excusa de no poderlos escuchar. Y escuchar, siempre ha sido un trabajo sumamente complejo. Mucho más que interpretar una resonancia.