“El revoltillo lo
inventó un genio aturdido por el fracaso de una tortilla”.
Jorge Wagensberg
Cuando se produce un
accidente aéreo, como el que por desgracia se produjo hoy, se pone en marcha
una compleja variedad de procedimientos destinados a averiguar sus causas con
el encomiable objetivo de evitar que vuelva ocurrir un evento semejante. Cuando
un evento adverso ocurre los sistemas sanitarios serios también ponen en marcha
procedimientos de investigación destinados a averiguar las causas y aprender
del error.
Sin embargo cuando
una innovación organizativa, un cambio de modelo o de organización sanitaria fracasa,
, casi siempre queda sin averiguarse cuales fueron las razones de ello. No son,
sin embargo, cuestiones menores. Cada una de ellas supone un cambio en la forma
de hacer las cosas, y lleva aparejado siempre una inversión casi siempre
considerable de dinero y tiempo ( que es también dinero).
Inversiones de las
que se exige rendición de cuentas en otros sectores, pero del que parecen
exentas las decisiones o simples ocurrencias de los políticos de turno.
En estos días se
está celebrando en Granada un taller de trabajo organizado por la Organización
Mundial de la Salud con participantes de los cinco continentes con el objetivo
de desarrollar la plataforma de intercambio de conocimiento sobre
Organizaciones Integradas basadas en Atención Primaria.
Una de las
propuestas a debate es precisamente la de incorporar a ella aquellas
experiencias que no funcionaron, no con la intención de hacer leña de ningún árbol
caído, sino simplemente de aprender de ellas. Porque aprender de los errores es
una de las mejores formas de aprendizaje, excepto, por lo que parece, para el
sistema sanitario.
Uno de los errores
por desgracia más comunes en la gestión sanitaria es considerar que cualquier
cambio organizativo funcionará , simplemente porque hemos tomado la decisión al
respecto. Pero, como señala Paul Iske
el profesor de la Universidad de Maastrich, los sistemas sanitarios son
entorno enormemente complejos. Según él hay múltiples razones por las que las
cosas no funcionan como uno espera, especialmente no tener en cuenta los
efectos secundarios que puede tener, ignorar las consecuencias a largo plazo de
la innovación o el cambio, no entender todas las interdependencias que el
proceso incluye o simplemente olvidar que el mundo puede sencillamente, cambiar.
Iske fundó en
Holanda el Institute for Brilliant Failure , una iniciativa que considera que
las mejores experiencias de aprendizaje proceden de los fracasos y no de los éxitos,
y que debería perderse el miedo a compartirlas.
Los criterios que
definen un “fracaso brillante” ( brilliant failure) para Iske son secuenciales:
nuestras intenciones son buenas, se intentan prevenir los errores, no se
obtienen los resultados esperado, pero se obtiene un resultado inesperado que
añade algún tipo de valor ,se aprende de ello y sirve para que los demás
aprendan.
No serían por tanto
fracasos brillantes aquellos fracasos derivados de una intención errónea, una
mala implementación o cuando la experiencia se entierra y se mira para otro
lado, evitando las oportunidades de aprendizaje que comporta.
Sin organizaciones
que permitan el fracaso no es posible la innovación. Sin fracasos ( siempre que
éstos no se deban a incompetencia manifiesta o mala intención) no hay
aprendizaje.
La idea de aprender
de lo que no funciona no es nueva en los sistemas sanitarios. Ya algo parecido
aportaba la interesante experiencia de IMPACT de la romántica experiencia que
fue Bandolier hace más de una década.
Pero por desgracia,
y a diferencia de algunos de los países de mis colegas europeos, en España es
implanteable una experiencia semejante. Nuestra arrogancia, soberbia e
intolerancia nos impide reconocer nuestros errores y aceptar con tolerancia los
ajenos.
De esta forma
seguiremos tirando la tortilla “desestructurada”
a la basura en lugar de reconvertirla en un plato de alta cocina
(Fotografia: tortilla desestructurada)
Revoltillo: puede entenderse también como huevos revueltos