Cuenta
Fito Paez en el Gatopardo que en su adolescencia se sacó todas las muelas con
tal de librarse del servicio militar. Puede sonar excesivo, pero no hay que
olvidar que en aquellos años dicho servicio se realizaba en una de las
dictaduras más atroces que conoció el siglo. A uno le dan las ganas de “sacarse
todas las muelas” (electoralmente hablando) y no votar el próximo 10 de
noviembre, porque aunque el coste pueda ser alto ( la victoria de Fortimbras y
sus alianzas múltiples) el beneficio es muy tentador: la posibilidad de borrar
del mapa a dos de los personajes más fatuos de la estrambótica escena política
española poniendo siempre por delante su plumaje de pavo a los intereses de sus
propios electores: tipos que se han manifiestado incapaces
de desempeñar la competencia más importante de un político,la capacidad de
negociación.
Sin
embargo quizá haya razones (más allá de la soberbia de los incompetentes), que hagan
imposible un acuerdo como el que se pretendía, causas que dependen de la
mutación sufrida en la política a lo largo del último siglo. Hace ya
casi dos años el siempre controvertido Thomas Piketty comenzó a dar otra vuelta de
tuerca a su denuncia contra la inequidad que ahora adquiere forma de libro ( Capital e ideología), desnudando la composición de los partidos políticos
en Reino Unido, Francia y Estados Unidos. Su pregunta de partida es clara: ¿Cuál
es la razón por la que la democracia no reduce la inequidad? En teoría, la opinión
de la mayoría en forma de votación es la que debería determinar la distribución de la riqueza, pero esto no es lo ocurre en la realidad. Como ya demostró en su anterior libro, El Capital en el siglo XXI, la brecha de la desigualdad no deja de crecer, después de haber reducido sustancialmente la distancia
entre ricos y pobres en la mitad del siglo XX. La primera razón que se aduce
es que la globalización y la competencia entre estados no permite la
redistribución vertical, que sí se producía cuando aquella no existía. Para
Piketty esto es cierto hasta cierto punto: “la globalización desigual es una
elección”, puesto que los estados ( y por tanto los partidos que los gobiernan)
son libres de elegir firmar los tratados de libre comercio que no permiten una
regulación redistributiva. Pero el economista francés va más lejos y analiza en
profundidad la procedencia de los votos de los principales partidos en el último
siglo: tanto en Estados Unidos como en Reino Unido o Francia el votante habitual de los
clásicos partidos de izquierda (demócrata,laborista,socialista) en los años
50 y 60 del pasado siglo se asociaba a nivel educativo bajo y bajos ingresos.
Pero en la década de los 70 la situación comenzó a cambiar, originando lo que
Piketty llama un sistema de partidos de élites múltiples: mientras las élites
con alto nivel educativo votan a la izquierda (la izquierda de los
brahmanes), las élites de alto nivel de riqueza o ingresos votan a los partidos de derecha (la derecha de los mercaderes). Y las preocupaciones de ambas castas
están bastante alejadas de los problemas de los que están aún más abajo, los pobres, los migrantes, los que no tienen estudios. ¿Y quien representa entonces a éstos? Quedan en tierra de nadie, al albur de populismos y desesperanza.
De tal forma que la brecha ya no separa a izquierda y derecha, sino más bien a
lo que llama globalistas (educación superior, ingresos elevados) de los
nativistas (baja educación, pobres).Algo que aprovechan muy bien los populismos tal y como se está viendo. ¿Podría haber alternativas a este
escenario? Para Piketty tal vez podría volverse a la vieja separación de izquierda y derecha,
pero requiere una nueva plataforma igualitaria e internacionalista, como la que
se produjo tras la gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el final del
colonialismo.
La evidencia que aporta Piketty para justificar esta mutación
sociológica del voto, basada en el análisis de encuetas electorale,s es
apabullante. Entre las explicaciones de la confluencia entre brahamanes y
mercaderes que aportan McCarty, Poole y Rosenthal de Brown, New York University
y Georgia University está la aceptación ciega por parte de ambos de los dogmas del capitalismo de
libre mercado. Dogma que como muy bien argumenta el clarividente Mario Bunge tiene el mismo grado de fundamento que las llamadas
pseudociencias: "...también son peligrosas las pseudociencias sociales, como los economistas que asesoran a
gobiernos que pretenden resolver problemas económicos tomando préstamos que van
a pesar sobre varias generaciones. O los asesores que aconsejan austeridad,
cuando lo que hay que hacer es gastar en productos útiles".
No deja
de ser curioso que una de las habituales representaciones de la élite de los
mercaderes ( la Confederación Española de Organizaciones Empresariales) apoyara sin fisuras el programa del Partido Socialista español. O la llamada de Ábalos,
ese hombre huraño y mal encarado del partido socialista, a la moderación como valor absoluto frente a tentaciones que
cuestionen el status quo.
Cuando
las palabras se desgastan y los discursos convierten su contenido en una
retahíla de demagogias, lugares comunes y sentencias políticamente correctas, conviene volver a los hechos para saber a qué
atenerse: y los hechos son, por ejemplo, que el Partido Socialista no ha
cuestionado hasta la fecha los objetivos económicos impuestos por la Unión Europea y establecidos por el
gobierno anterior del Partido Popular de rebajar cada año un poco más el gasto
sanitario público hasta acercarse al 5,5 % del PIB ( cuando la OMS considera
que por debajo de 6 no es posible garantizar un servicio sanitario público de
calidad). Un partido que siempre ha manifestado su más firme apoyo al Tratado Transatlántico
de Libre Comercio con Estados Unidos y al CETA con Canadá, acuerdos que suponen
una subordinación de los estados a los intereses de las corporaciones. Partido cuya posición frente a la migración ha quedado bien de manifiesto ante la crisis del Open Arms.Y por
último, no ha tenido escrúpulo alguno de prorrogar casi un año más la situación
de transitoriedad de muchas personas que precisaban de la existencia de un
gobierno para poder mejorar su situación.
La alianza
entre mercaderes y brahamanes hace entender bien por qué es mucho más lo que
une que lo que separa a buena parte del arco parlamentario español. Los
que quedan fuera del interés de ambas élites andan huérfanos de valedor, y no
parece que lo vayan encontrar pronto. Los que se atribuyen dicho papel,por el contrario, andan
entretenidos preguntando al espejito quien es el más guapo del reino.
Imágenes: El Roto . El pais,2019.
Piketty T. 2018.