Escuché hace poco en una tertulia radiofónica de esas
plagadas de “eruditos en todo”, mofarse con desprecio de los premios Ig Nobel,
escandalizados sobre los excesos a los que está conduciendo la investigación
científica. Como suele ser habitual con los tertulianos mediáticos hablaban del
tema del día sin conocimiento alguno , siendo sus intervenciones mucho más
sonrojantes que los supuestos desvaríos científicos que criticabano.
Que la investigación científica está llena de fraude, soberbia y manipulación, y que los investigadores a menudo están
mucho más interesado en la progresión de su factor de impacto que de aportar
algo relevante al conocimiento, es algo sobradamente conocido. Ben Goldacre,
John Ioannidis o Ray Moynihan han aportado sustancias evidencias al respecto. Pero
en cualquier caso no vendría mal que el resto de los sectores sociales
aprendieran algo de la capacidad de reírse de uno mismo que con frecuencia
están presentes en la ceremonia de los Ig Nobel.
Este año varios de los premiados tienen indudable utilidad
en el ámbito de la gestión sanitaria y la práctica clínica.
Uno de ellos aborda el manido tema del liderazgo. Durante las dos últimas décadas se ha
venido jaleando la idea de que lo
que no te mata te hace siempre más fuerte . Cuántos gurús de los que venden sus
patochadas en las librería de aeropuerto cuentan anécdotas de directivos que pierden todos sus ahorros por la estafa de su
mejor amigo y acaban renaciendo como el ave fénix y construyendo un emporio. Por
no hablar del niño que milagrosamente sobrevive a una catástrofe aérea en la
que muere toda su familia y a partir de entonces monta una cadena de kebabs que
genera millones de dólares de beneficio al cabo de unos años. O las impactantes
experiencias de los que aplican sus vivencias en las prácticas de deportes de
riesgo ( ya sea el puenting, el parapente o la tirolina en cumbres) al ámbito
de su actividad directiva.
Según algunos afamados gurús, este tipo de exposiciones a
desastres y catástrofes forjan el carácter del líder, para el que no hay
obstáculo que no pueda ser superado.
Por eso es interesante leer el largo y detallado trabajo de
Bernile, Baghwat y Rau ( universidades de Singapur, Oregón Y Cambridge
respectivamente) sobre el estudio de la relación entre las experiencias
catastróficas en los primeros años de vida y el comportamiento de los
consejeros delegados de diferentes empresas americanas.
El artículo comienza inevitablemente con una cita del máximo
responsable de la empresa más admirada, envidiada y guay del mundo (Tim Cook, Consejero delegado de Apple): “ No conozco a nadie que haya alcanzado
algo importante que no haya experimentado en su propia vida la adversidad, la frustración o el remordimiento;
si eres como yo y quieres sacar la bola del estadio ( se refiere al béisbol) ,
no puedes esperar tener una vida previsible”.
Grandes palabras
que hacen las delicias de los profesores de las mejores escuelas de
negocio del mundo, llenas de aprendices de tiburones dispuestas a hacerse ricoen poco tiempo.
Sin embargo el trabajo de Bernile y compañía arroja
conclusiones algo diferentes: lo que parece existir es una fuerte asociación
entre haber estado expuestos a grandes adversidades en la vida temprana y
embarcarse en conductas de riesgo a la hora de dirigir una empresa: ya seas
responsable de finanzas, recursos humanos o producción, vivas en Texas o
Chicago, lo que suelen hacer los que han sufrido experiencias fatales de las
que han sobrevivido, es precisamente volverse menos sensibles a las posibles
consecuencias adversas del riesgo. Como le ocurrió por desgracia al prometedor
chef que combatía el estrés de la búsqueda de la estrella Michelín practicando
salto base, lo que no te mata no es que te haga más fuerte , sino que te lleva
a buscar nuevas oportunidades de jugar a la ruleta rusa. Si su jefe presume de
que no hay obstáculo que no pueda superar , póngase a cubierto.