Probablemente
sea obra de alguno de esos brillantes “creativos”, eufemismo con el que se
designa ahora a los expertos en ocurrencias. Gente cuyas bobadas se pagan a
precio de caviar y que inundan pantallas de televisión, vallas publicitarias y
canales de You Tube. En la calle Arturo Soria de Madrid se encuentra una de las
sedes del MD Anderson Cancer Center de Houston. Algún genio decidió que el
cartel que lo identifica, indicara el término “cáncer” a la vez que lo borraba,
como se aprecia en la foto.
El MD
Anderson es uno de los grandes centros monográficos sobre cáncer de Estados
Unidos, inicialmente una excrecencia de la universidad de Texas. Como suele
ocurrir con otras instituciones sanitarias americanas (por ejemplo la admirada
Kaiser Permanente y sus modelos piramidales), el MD Anderson Cancer Center metastatizó
en otros países, con el reclamo de ser el centro de referencia mundial cuando
se habla de cáncer. De forma que raro es el paciente con ingresos altos , que no acabe acudiendo a sus puertas cuando el innombrable cáncer llama
a su puerta.
Hay algo
obsceno en el hecho de que la razón de ser de este centro sanitario (el
tratamiento del cáncer en todas sus modalidades), pretenda ser borrado de su
propio nombre. Ocultar la palabra que constituye tu negocio. Resulta intrigante
saber que se pretende señalar con la tachadura: ¿Quizá que el cáncer no existe?
¿ O más bien que, sea cual sea el cáncer, el MD Anderson lo erradica? La ocurrencia
del creativo , en cualquier caso da sus frutos: se oculta el término molesto,
haciéndolo a la vez más presente que nunca.
Cáncer
es un término incómodo y malsonante en la estupidez de la corrección política en
la que navegamos. En palabras de Siddhartha Mukherjee “una enfermedad
clandestina que se susurra “.
Se
pretende impedir su aparición mediante cribados de efectividad no demostrada;
se promete cada día en los telediarios la erradicación definitiva de la enfermedad,
gracias a cualquier descubrimiento genético en sufridas ratas, que quedará a
menudo en nada al cabo de unos pocos años. Los centros a la vanguardia del
tratamiento, prometen que todo cáncer, por avanzado que esté y agresivo que sea
tiene un tratamiento curativo si se dispone del dinero suficiente. Hace solo un
par de años la madre de una amiga mía fue diagnosticada de un cáncer de pulmón
con metástasis en hígado cerebro y hueso. Tras acudir a uno de esos centros
privados de referencia un desaprensivo “experto” garantizó la curación de su
enfermedad: recurrió a todo tipo de combinaciones, a cual más agresiva y
degradante, para acabar muriendo en menos de un año tras gastarse más de 30.000
euros en el milagroso tratamiento.
Pese a
las falsas promesas de publicistas, investigadores, clínicos de vanguardia y
comunicadores diversos el cáncer seguirá existiendo: en su brillante biografíadel Cáncer, Siddhartha Mukherjee escribe: “el cáncer se encuentra cosido a
nuestro genoma. Los oncogenes aparecen como consecuencia de mutaciones en genes
esenciales que regulan el crecimiento celular.Las mutaciones se acumulan en
dichos genes cuando el DNA resulta dañado por factores carcinogénicos, pero también
por errores aleatorios durante el proceso de replicación.Los primeros pueden
ser prevenibles, pero los últimos son endógenos. El cáncer es un defecto de
nuestro proceso de crecimiento, pero es un defecto profundamente arraigado en
nosotros mismos… El cáncer probablemente defina los límites externos de nuestra
supervivencia”.
En “la
Narrativa de la enfermedad”, el psiquiatra Arthur Kleinman escribía: “ el
cáncer es una amenaza directa a los valores dominantes del siglo XX en la
sociedad americana. Los valores a los
que me refiero incluyen la transformación de problemas humanos caóticos en
asuntos prácticos cerrados perfectamente delimitados y gestionables a través de
tecnologías, en lugar de interrogantes abiertos que afectan a fines morales. El
cáncer es un recordatorio perturbador de la obstinada esencia de azar,
incertidumbre e injusticia ( todas ellas cuestiones de valor) de la condición
humana.El cáncer nos obliga a enfrentarnos a aceptar nuestra incapacidad de
controlar la muerte de los demás y nuestra propia muerte. El cáncer
nos recuerda nuestras carencias a la hora de explicar y entender nuestro mundo.
Quizá más allá, el cáncer simboliza nuestra necesidad de dar un sentido moral a
la pregunta de “¿Por qué a mi?”, algo a lo que la ciencia no puede responder”.
El
cáncer forma parte de nosotros, de nuestra miseria y nuestra grandeza. Algo demasiado
serio como para hacer bromas fáciles por parte de ocurrentes idiotas.