El convoy partía de algún lugar de Galicia formado por
varios camiones frigoríficos cargados de marisco; tardaban varios días en
llegar a su destino, la sede anual del congreso de una de las múltiples
sociedades científicas españolas. En palabras de su presidente , no había nada
que pudiera competir con semejante aperitivo para la cena de gala.
Ocurrió hace ya bastantes años. Ignoro si siguen saliendo
anualmente camiones desde Galicia para abastecer las mesas de congresos
científicos. Probablemente no; la crisis se llevó por delante mucho oropel y
tocan tiempos de austeridad. Pero siguen celebrándose congresos “todo incluido”
para muchos, con cenas obscenamente excesivas , profusión de “pichi Willis” y
actividades recreativas varias. Siempre con la vista puesta en batir el record
de asistentes y lamerle la oreja a la sociedad competidora.
Nos parece algo normal. Estamos convencidos que esa fastuosa
cena gratuita bien regada de vinos variados nos la merecemos; que alguien pagará aunque preferimos no
saber quien será, y que por supuesto el “obsequio” que recibimos no afecta en
modo alguno a nuestra conducta profesional ( en el ya famoso estudio de Steinman con residentes, el 61% de ellos
estaba convencido de que sus relaciones con la industria no afectaba a su
prescripción, pero solo el 16% consideraba que no afectaba tampoco a sus
compañeros).
Pero sí nos afecta. Como señalaba el Presidente de la
Organización Médica Colegial Juan José Rodríguez Sendín hace unos días en
Almería, de cada 100 euros que gasta nuestro agonizante sistema nacional de
salud 30 se van en medicamentos: un 1,67% del Producto Interior Bruto (PIB), a
la cabeza de los países europeos solo superado por Grecia y la República Checa(
en Alemania supone el 1,2%, en Reino Unido el 0,9%). Por supuesto la corrupción
de los médicos no es el “único factor” del incremento del gasto farmacéutico,
pero sí contribuyen de manera relevante a ello.
Raul Calvo, en su imprescindible Medicina en la cabecera
describía con su habitual talento la pérdida de la inocencia de los residentes
de cuarto año ingresando en el círculo eterno de esa pequeña corrupción sin
importancia, en la que parece inevitable no caer.
Antes de ayer fue investido Presidente del gobierno de
España el máximo responsable de un partido político que , por primera vez en
nuestro país, ha sido imputado como persona jurídica en una causa. Los casos
Gurtel o Púnica, los más conocidos, son solo dos de las más de 30 causas a las
que se enfrentan con más de 800 imputados. Sin embargo, ese mis partido ganó
las dos últimas consultas electorales, lo que supone que una parte muy
importante de la población española da por natural, inevitable o incluso
saludable el apropiarse de lo que no es de uno. Otros tres partidos, además del
Popular, han permitido con su apoyo o abstención que semejante nivel de
corrupción no sea impedimento ético ni moral para que siga gobernando, tal vez
incurriendo en similar tipo de prácticas.
Facilitar ese gobierno tal vez sea bueno para la supuesta
“gobernabilidad” de España, o tal vez permitan a un partido histórico
interrumpir momentáneamente su firme camino hacia la insignificancia iniciado
con entusiasmos hace ya muchos años. El fin justifica los medios, aunque éstos
tengan un coste altísimo en términos éticos. Pero, al fin y al cabo ;¿ a quien
importa la ética?
En el ya clásico “Por qué fracasan los países” , Daron
Acemoglu y James Robinson analizan el origen del poder, la prosperidad y la
pobreza de los países. Para nuestra desgracia, España representa el paradigma
de sociedad extractiva, en la que la pauta histórica de intervención es la que
responde al título de la primera película de Woody Allen: “toma el dinero y
corre”. La marca España lleva
practicándolo desde 1492. Tantos años de ejercicio probablemente haya modelado nuestros genes.
Probablemente nuestro país no sea más ni menos corrupto que
el resto, pero sí es de aquellos en los que el descubrimiento de la corrupción
tiene un menor coste, y su práctica una mayor tolerancia y comprensión, desde
la factura sin IVA del fontanero a las cuentas foráneas de los ex presidentes
del gobierno.
Pequeñas corrupciones que no tienen importancia.