En
opinión de su colega Son House, Robert Johnson tocaba decentemente la armónica,
pero sin embargo era un desastre con la guitarra. Según cuentan las crónicas
había nacido en Hazlehurst, en el sureño estado de Misssissippi, nieto de
esclavos y fruto de una relación
adúltera de su madre, Julie. Era un tipo huidizo, que aparecía y desaparecía
por arte de ensalmo de los tugurios del delta. Un buen día se esfumó. Cuentan
que llegó al cruce de la 49 con la 61 en Clercksdale donde el diablo le propuso
un extraño trato: a cambio de vender su negra alma, Mr. Lucifer le ofrecía
convertirse en el mejor guitarrista del mundo.
Las
leyendas de músicos que pactan con el diablo es extensa: desde Paganini a otro
Johnson ( Tommy) múltiples parecen ser los acuerdos con tal de alcanzar la
gloria. En realidad Son House no volvió
a ver a Johnson hasta cinco años después, tiempo más que suficiente para
perfeccionar cualquier arte. El hecho es que tras volver de aquella encrucijada
en Clarcksdale Johnson revolucionó la forma de tocar la guitarra, inventado
entre otras cosas el uso del slide que en aquel entonces se realizaba desplazando
sobre el mástil el cuello de una botella ( de whiskey preferentemente). La historia
del blues dio en aquel cruce un giro inesperado, y buena parte de la música actual
( blues, rock’n roll, rythm’n blues, soul, jazz) provienen directamente de
allí. Cómo será la cosa que hasta el malencarado Keith Richards se negó a tocar la guitarra en la versión de los
Rolling de Love in vain para no cometer sacrilegio.
La
Atención Primaria posiblemente se encuentre en una situación lejanamente
similar a la de Johnson. Nadie duda de sus avances en los más de 35 años de la
llamada “Reforma”. Sin duda sabemos tocar bien la armónica, y jugamos un papel
importante en la “banda” del sistema sanitario. Pero convertirnos en el eje, el
centro o el Quarterback del sistema posiblemente
requiera de otro tipo de habilidades. Sabemos muy poco de cuales son y serán las
“aficiones“ de los nuevos usuarios de los sistemas sanitarios: de esa gente que
soluciona su vida a través de un teléfono y un portátil, que tolera mal el
retraso y la adversidad. Personas para las que la tan manoseada longitudinalidad
quizá no tenga el valor que tuvo en el pasado, si este año vivirán aquí y el
que viene muy allá. Pero sí sabemos que los del otro extremo de la curva, los
que se aproximan poco a poco a la frontera de los 80, 90 o 100 van a necesitar cada
vez más cuidados y servicios que hoy por hoy no existen, en donde el domicilio
se convertirá en un nuevo espacio a conquistar con muchos interesados en
sacarle partida. No tiene ninguna pinta que los factores que determinan la
salud difícilmente se curarán con pastillas, y poca gente hay mejor ubicada que
los profesionales de AP para identificarlos, denunciarlos e Intervenir sobre
ellos. De la misma forma que alguien deberá cada vez más convertirse en “abogado”
de los pacientes, litigando para proteger a su cliente de un mercado cada vez
más voraz que querrá convertirle en hipertenso aunque su tensión tenga niveles
de shock.
Sin
embargo no parece que la necesidad de cambiar de dirección en el cruce y aprender
a tocar nuevos instrumentos y tonadas sea en modo alguno una necesidad para la
mayor parte de los profesionales que trabajan en Atención primaria. En los
últimos meses he tenido la oportunidad de intercambiar opiniones con
profesionales, sociedades, colegios profesionales y equipos de dirección y
gestión. A la pegunta de si nuestra reforma de los 80 sigue siendo suficiente para
afrontar los retos de hoy en día nadie responde negativamente.
De
forma que muy posiblemente así seguirán las cosas: con tres sociedades
científicas que seguirán convergiendo hacia un punto lejano y remoto, “más allá
de Orión”, que seguirán eligiendo como presidente a vicepresidentes maduros pero muy entusiastas. Seguiremos
esperando la próxima oposición dentro de quizá otra década mientras nos
sentimos confortados por algún contrato anual. Moderadamente satisfechos de que algún sistema
inforrmático remoto por fin hayan ampliado el tiempo de consulta de 5 a 7
minutos. Resignados a un equipo que no trabaja en equipo, que no es capaz de
distribuir de forma racional y progresiva el trabajo en función de su
complejidad, equipos incapaces de organizarse de forma autónoma, de incorporar
nuevos perfiles en función de nuevas necesidades. En que la longitudinalidad
seguirá siendo un estupendo mantra para congresos, pero que a la hora de la
verdad será perfectamente sacrificable en beneficio de concursos de traslado
que nos acerquen cada vez más a casa.
Viendo
lo que hacen los médicos de familia en otros países me resisto a pensar que las
oposiciones y las suplencias a salto de mata sean las únicas formas de contratación,
que no pueda haber una variada oferta de modalidades de contrato, que no se
pueda organizar el trabajo en un centro de forma autónoma (incluida la gestión
del recurso más importante, el tiempo). Me cuesta mucho creer que estar casi
continuamente accesibles a unos pacientes ( en su casa, en el teléfono o en el
centro) a lo largo de los años no sigan siendo lo que nos hace de verdad distintos.
No se trata
de dejar de tocar blues. Solo de si es posible hacerlo de otra forma.