"Algunos de la clase se internaron el en bosque, haciendo su camino cada vez más próximo a la corteza del árbol; alimentaron su anhelo de conocer en profundidad cada nodo, cada surco, cada recoveco. Pero otros nos quedamos fuera; convencidos de que la corteza es sólo una capa del árbol, y de lo importante que es saber donde y cómo se inserta ese árbol en el bosque del que forma parte".
Dra. Nishma Manek. Pulse
En
cualquier reunión, congreso o taller en que se trate o discuta sobre la mejor
forma de coordinar el trabajo entre niveles de asistenciales es casi inevitable
que surja, en algún momento de su desarrollo, un comentario reivindicativo si alguien
osa emplear los términos de atención especializada (en oposición a atención
primaria) o especialistas (como alternativa a los médicos de familia). Es
mencionarlo, y saltar como resortes los garantes de las esencias de nuestra
especialidad, de forma que con el propósito de ser políticamente correcto el
debate acaba contaminado por una continua justificación de lo que queremos
decir cuando hablamos de especialistas, como si realmente ese fuera el problema
importante, y no la falta de presupuestos, de visibilidad y de reivindicación
para alcanzar unas condiciones dignas de trabajo.
Sí, ya
se que somos especialistas. Afortunadamente cuarenta años después de la
creación de la especialidad de medicina familiar y comunitaria, nadie discute
su necesidad en las mismas condiciones que el resto de especialidades, incluso
el Partido Popular que durante años mantuvo su firme propósito de eliminarla.
Pasada la necesidad de demostrar lo evidente,quizá sea el momento de poner en valor de una vez lo que significa ser un
generalista, algo que no sólo afecta a la medicina de familia, sino a cualquier
otra especialidad cuyo ámbito de intervención sea general y no específico. Es
cierto que en el mundo en que vivimos
cuanto más restringido es el conocimiento que uno tiene, más valioso
parece socialmente: médico general, internista, incluso oftalmólogo suena
infinitamente menos “cool” que diabetólogo o especialista en cámara anterior.
De forma que hemos buscado todo tipo de contorsiones para justificar nuestra
condición de gente muy especializada: así en ocasiones nos consideramos “especialistas
en personas” ( término que también reivindica un colegio de Granada), y otras
especialistas en generalismo, algo que no deja ser un oximoron.
Sin
embargo, el enfoque generalista es hoy más imprescindible de lo que nunca ha
sido, precisamente por esa deriva especializada que padecemos.
Lo que Gunn llamaba el “enfoque
generalista” engloba diferentes expresiones de “ser” y “conocer” habitualmente devaluadas
en nuestra aproximación a las situaciones complejas; estas situaciones incluyen
las periodos de transición e inestabilidad, las circunstancias que suponen ambigüedad
y variabilidad, las situaciones donde las relaciones y la personalización de
las intervenciones importan mucho, o aquellas donde el todo es mucho más que la
suma de las partes.
Kurt
Stange, el director de los Annals al que nos referíamos ayer, abogaba por la necesidad de desarrollar
diferentes formas de ser, conocer, percibir, pensar y hacer para alcanzar ese
enfoque generalista.
La
forma de ser del generalista debe orientarse a mantener una postura abierta a
diferentes perspectivas, en las que el conocimiento no lo impongo sino que lo
construyo de forma colaborativa con aquella persona que necesita mi ayuda, y
donde soy lo suficientemente humilde para reconocer que mi conocimiento es muy
limitado ante los problemas que tengo frente a mi.
El conocimiento del generalista por
supuesto implica alcanzar las habilidades y saberes necesarios para el
ejercicio cotidiano de su trabajo; pero a diferencia de otras disciplinas más
especializadas obliga a profundizar en un conocimiento global, del que no están
exentas la filosofía, la literatura o la política, indispensables para poder conocer
al ser y su contexto.
La percepción del buen generalista es capaz de aunar la
perspectiva global e integrada de lo que ocurre a la persona y la comunidad de
la que forma parte, con la “necesidad de priorizar lo que es más importante,
focalizando toda la energía, todos los sentidos en ello”,. Como señala Stange
los sistemas de información ayudan a ello, pero a menudo su aportación queda
difuminada en la gran cantidad de cacofonía y ruido que arrastran.
Si esa
forma de percepción existe acaba por transformarse en pensamiento y acción, en
el que la iteración es la clave: ”la iteración implica ir de atrás hacia
delante y de delante atrás, navegar entre lo amplio y lo profundo, lo subjetivo
y lo objetivo, la acción y la reflexión.”
El
trabajo del buen generalista supone así realizar múltiples actividades que
pueden parecer menores, pero que van construyendo imperceptiblemente el
contexto de una vida. Lo realizan los buenos médicos generales cada día. Se construye con tiempo, experiencia, esfuerzo y
dedicación, en muchas ocasiones ssin darse cuenta. Y cosntruyen al final algo invisible pero que permiten, con la inestimable colaboración de los buenos especialistas , que el sistema funcione mejor
No
supone ninguna especialidad, porque es mucho más que eso. Leonardo fue un
generalista; nunca aspiró a ser solamente un buen pintor.
Fotografía. Dr Earnest Ceriani por W. Eugene Smith/ Life