jueves, 31 de octubre de 2019

La guerra de bajo coste (III): los efectos.


Se sabe desde hace tiempo el efecto de la desigualdad y de la ausencia de mecanismos compensatorios de protección social en la salud de las poblaciones. Como bien resume Javier Padilla siguiendo a Benzeval en su magnífico “¿A quien vamos adejar morir?,”la desigualdad es una causa directa de muerte”. Precisamente en este libro se puede encontrar una síntesis excelente de por qué el estado de salud de la población es peor en los países menos cohesionados.
De los países americanos que iniciaron reformas neoliberales en las cuatro últimas décadas (ya sea de forma voluntaria o con la presión de los tanques detrás), Brasil es el mejor ejemplo de lo que se consigue estableciendo estrategias ambiciosas de cohesión social en uno de los países con mayor grado de inequidad ( como señalaba Marmot en 2016), y que en su caso permitió la creación de un sistema integral de salud ( Sistema Unico de Saude o SUS ) en 1990 tras el reconocimiento constitucional de la salud como derecho en 1988, tras el fin de la dictadura.
Una de las formas más importantes para luchar frente a las inequidades es mejorar el acceso a todas las personas a los servicios de salud: en 2015 Macinko y Harris ya publicaron en New England los avances hacia la cobertura universal que había experimentado el país en buena medida por la estrategia de Salud en la Familia. Este año Lancet publicó una revisión de los primeros 30 años del SUS, donde se muestra la mejora sustancial en muy poco tiempo de sus indicadores de salud (en especial esperanza de vida, mortalidad maternoinfantil), el coeficiente Gini, la reducción de la pobreza o la disminución del gasto de bolsillo ( que sin embargo sigue estando en el 47,2%) a la vez que iba aumentando el gasto sanitario.
Sin embargo el trabajo también advertía de los riesgos de las políticas fiscales implantadas por el gobierno en el marco de las medidas de austeridad a consecuencia de la recesión económica implantadas desde 2016. Esos riesgos se han visto sobradamente confirmados como demuestra el trabajo de Thomas Hone y colaboradores que se publica con fecha 7 de noviembre en Lancet sobre el efecto de la recesión económica y el impacto de la reducción de gastos en salud y protección social en la mortalidad de los adultos. Ésta aumentó en el periodo comprendido entre 2012 y 2017 en un 8% ( de 143,1 a 154,5 por 100.000), observándose que por cada incremento de la tasa de desempleo de 1% se incrementaba la mortalidad poblacional en un 0,5 por 100.000. El aumento del desempleo justificaba 31.415 muertes más, siendo el aumento de la mortalidad mayor en negros o “pardos” ( mestizos), hombres entre 30 y 59 años, es decir hombres en edad laboral. Sin embargo no se encontró asociación entre desempleo y mortalidad por todas las causas en blancos, mujeres o adolescentes o ancianos.Pero además, el trabajo demuestra que aquellos municipios con un mayor gasto en salud y protección social no se observaba el efecto del desempleo sobre la mortalidad. Ess decir , proteger a las personas de las contingencias derivadas de los vaivenes económicos, del efecto que sobre ellas produce dejar de trabajar, evita los efectos que esto tiene sobre su salud, en definitiva sobre sus opciones de poder seguir estando vivo. Los avances en la lucha contra la inequidad que había experimentado Brasil comenzaron a revertir en 2016. Como señala Macinko en su comentario al trabajo de Hone, la resolución aprobada por el parlamento brasileño de congelar el crecimiento de gastos en salud y educación por un periodo de 20 años, no solo establece el peor escenario posible sino que hace casi imposible la aplicación de medidas de protección social que, como demuestra Hone y ya había publicado Stuckler y Basu suponen la mejor forma de aminorar las consecuencias del desempleo y la privación.
Tomar decisiones de reducción de la protección social de un estado inevitablemente supone exponer a la población a más muerte. En mi modetsa opinión eso también es una forma de guerra.

martes, 29 de octubre de 2019

La guerra de bajo coste (II): el modelo teórico


Como señala el premio Nobel Joseph Stiglitz, en la mitad del siglo pasado fue ganando apoyos la “teoría de la marea ascendiente” (the rising tide Theory). Según ésta, al subir la marea (económica) subirá el nivel de todos los botes, metáfora que pretende señalar que el crecimiento económico supondrá siempre el aumento de la riqueza en todas las clases sociales. Así, las llamadas “políticas regresivas”, las que benefician especialmente a los ricos, acabarán por beneficiarnos a todos. La metáfora de la marea se complementó poco después con otra aún más insultante: la del “chorreo” o goteo, según la cual aunque los ricos se beban la mayor parte del cóctel, algo chorreará hacia abajo para disfrute de los menos favorecidos. Forma moderna de mantener la idea de que para los pobres es suficiente con alcanzar las migajas que se le caen al rico de su pechera.
Chile ha sido, desde el inicio de la dictadura, un magnífico ejemplo de la teoría de mareas y chorreos. Siendo el país de mayor renta per cápita de Latino América y disfrutando de un crecimiento económico envidiable durante años, buena parte de la riqueza se quedó en la parte de arriba de la sociedad, la ya de por sí más rica, y solamente algunas de sus sobras acabaron calando al resto. Nadie mejor lo definió que Cecilia Morel, “la primera dama”, quien no contenta con afirmar respecto a las protestas en Chile que “estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena” (como si Chile estuviese sufriendo “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos”), acabó reconociendo que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.
Como bien señala Stiglitz el fundamento empírico de la teoría de la marea es igual de sólida que la de la marea que baja (si aumenta la riqueza de los más pobres aumenta la de los más ricos). Y aunque la teoría del goteo o chorreo es la principal fuente de explicación de la inequidad, en especial de los que pretenden justificarla, Stiglitz demuestra que la inequidad lejos de potenciar lo que hace es debilitar la economía. Pero además tiene otro efecto aún más nocivo si cabe: un importante número de trabajos demuestran la relación entre inequidad de resultados e inequidad de oportunidades; y sin igualdad de oportunidades los nacidos en la parte más baja de la escala seguirán sin tener opciones para mejorar sus resultados, de forma que la inequidad, en lugar de reducirse, se incrementará cada vez más.
Esto ocurrió en Chile (donde la privatización de salud y educación, además de encarecimiento de servicios básicos fue abriendo cada vez más la tijera de la inequidad), pero también en buena parte de los países de América Latina y también de Europa: en el último cuarto de siglo el índice Gini (reflejo del nivel de equidad de un país) aumentó en un 22% en Alemania, 13% en Reino Unido y 8% en Italia ( de España ya hablaremos en próximos post). Todos ellos alumnos aplicados de la teoría económica neoliberal. En todos ellos se observó el mismo fenómeno: mientras las clases de menos ingresos veían casi congelados sus salarios a pesar del incremento sustancial de sus horas de trabajo ( en Estados Unidos aumentaron éstas un 22% entre 1979 y 2012 mientras el salario medio aumentó solo un 5%), los ricos muy ricos, veían como tanto sus ingresos como su riqueza se incrementaba exponencialmente ( el 0,1% más rico en Estados Unidos incrementó sus ingresos en un 236% , de forma que su posesión de la riqueza global del país pasó del 3,4 al 9,5% en el periodo 1980-2013.Algo muy similar ocurrió en el resto de los países de elevados ingresos, como demuestra el que de 22 países de la OCDE en 17 de ellos se incrementara sustancialmente el índice Gini desde 1985. Cada vez, por lo tanto, somos más desiguales, pero a la vez (o quizá por ello) los ricos actúan con más prepotencia y avaricia: la respuesta del ministro chileno a las protestas del pueblo por la subida del precio del metro proponiendo que aquellos que madrugaran más tendrían menor subida, es buen reflejo de la falta elemental de humanidad de esta gente.
La inequidad existente y creciente encuentra su justificación teórica en la “teoría de la marginalidad residual”: la diferencia de ingresos no deja de ser un reflejo de la contribución a la sociedad de cada uno: si usted es pobre es porque no contribuye, porque es un parásito, porque se lo merece. Y es por ello que mecanismos redistributivos y políticas de solidaridad como las implantadas en Europa tras la segunda Guerra Mundial son desprestigiadas y combatidas, y las políticas fiscales que las sustentan especialmente socavadas: bajo este enfoque las exenciones fiscales a los más ricos no deben ser medidas de las que avergonzarse, sino que solo son los justos premios a su esfuerzo.
Stiglitz pone especialmente énfasis en la necesidad de invertir en educación para reducir la inequidad: “si el gobierno asegura igual acceso a la educación, la distribución de salarios reflejará la distribución de habilidades, y la extensión en que la el sistema educativo intenta compensar las diferencias en habilidades y puntos de partida”. Precisamente la falta de oportunidades para el acceso a la educación (convertida en una mercancía más por el gobierno de la dictadura y mantenido así por sus sucesores) es uno de los factores más determinantes de la inequidad chilena y motivo principal de reivindicación.
Joseph Stiglitz no es un bolchevique, ni votante oculto de Podemos. Un  respetable professor de Columbia que, sin embargo, demuestra de que hay versiones alternativas al pensamiento cínico dominante.
Es importante recordar el fundamento teórico de las propuestas en materia económica (sobre todo en lo relativo a impuestos) y educativa de todo el espectro neoliberal español que comienza en Vox y acaba en el Partido Socialista. Al fin y al cabo ,la mano que mece la cuna de la desigualdad  siempre es la misma.

sábado, 26 de octubre de 2019

La guerra de bajo coste: I. Chile


“La nueva plenitud del planeta significa, en esencia, una aguda crisis de la industria de eliminación de residuos humanos. Mientras que la producción de residuos humanos persiste en sus avances y alcanza nuevas cotas, en el planeta escasean los vertederos y el instrumental para el reciclaje de residuos”
Zygmunt Bauman. Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias.2003

El Presidente de Chile, Sebastián Piñera, afirmó hace cinco días que “el país está en guerra contra un enemigo implacable, que no respeta a nadie ni a nada, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”. De la "guerra" de Chile España no se ha enterado, dado el alto grado de desinformación actualmente existente: los medios de comunicación españoles se parecen cada vez más a los diarios de capital de provincia del siglo pasado, que solo publicaban las noticias de casamientos en los pueblos: de hecho, los medios “progresistas” ( El diario, La Sexta) han ignorado completamente la noticia durante toda una semana de protesta social, entretenidos como estaban en el traslado de los despojos de la momia del dictador (traslado que, al igual que en Chile, pone manifiesto hasta donde llega la sombra alargada de los dictadores). El Pais si ha ido recogiendo la noticia en los huecos que deja su página de recetas y cotilleos. Su capacidad beligerante (tan comprometida contra el gobierno venezolano) aquí brilla por su ausencia; no en vano uno de sus oráculos de referencia, el gurú Vargas Llosa, siempre ha sido un entusiasta admirador de Piñera ( “Con Sebastián Piñera en la Presidencia, el desarrollo económico y la democratización de Chile recibirán un fuerte impulso y consolidarán el progreso integral de la sociedad chilena que, desde la caída de la dictadura de Pinochet hace 20 años, es el más profundo que ha conocido América Latina”). Hoy, tras una manifestación popular que no sólo ocurrió en Santiago sino en las principales ciudades del país, y que superó sobradamente las cifras que da el diario español, éste recurre como analista destacado al ex presidente Lagos, en parte también responsable de la situación actual, y que por supuesto no considera que Piñera debiera dimitir.
El golpe de estado de Pinochet, auspiciado, promovido y apoyado por el gobierno de Estados Unidos, no solo implantó una de las dictaduras más sanguinarias del siglo XX, sino que dio respuesta a los deseos inalcanzables de Milton Friedman y su escuela de Chicago: realizar un experimento de laboratorio (con humanos en lugar de ratas) sobre los efectos de la aplicación en condiciones reales de su modelo de economía neoliberal, planteado ya por Hayek (“Debemos enfrentarnos al hecho de que la preservación de la libertad individual es incompatible con la satisfacción de los planteamientos de la  justicia redistributiva”). De forma que comenzaron a desmontar todos los avances en redistribución y justicia social que había conseguido Chile a lo largo del siglo, para convertirlo en el país más desigual de la OCDE. .
Más de 40 años después del inicio del experimento el liberalismo está profundamente insertado en el genoma del país. En el sentido que describe William Davies en The Limits of neoliberalism:” El estado neoliberal aplica los principios de la competición y el ethos de la competitividad a todo el conjunto de la sociedad. La organización de las relaciones sociales en termino de “competición” supone que los individuos, las organizaciones, las ciudades y regiones y las naciones son evaluadas en términos de su capacidad para ser más exitoso que el otro. Pero no sólo eso, sino que dichas evaluaciones deben considerarse justas siendo las inequidades existentes reconocidas como legítimas. Cuando esto se aplica a los individuos se llama meritocracia”
Es cierto que en la causa de las causas de las protestas de Chile está la brutal inequidad existente. Pero aún más estremecedor es lo que lo que subyace a esa inequidad es la idea de que esta inequidad es merecida. De nuevo Davies señala: “El corolario es que el fracaso y la debilidad son también ganadas: cuando los individuos y las comunidades no obtienen el éxito, lo que refleja es falta de talento o energía. Conceptos como dependencia o bienestar (welfare) se han convertido en materia de vergüenza desde el ascenso de las políticas conservadoras en los años 80”. Tras este planteamiento teórico no solo está la guerra encubierta de los gobiernos chilenos contra sus ciudadanos, sino el proceso progresivo de desmantelamiento de los estados de bienestar europeos de las últimas décadas.
“Una cultura que valora por encima de todo a los ganadores y a la competitividad, aporta pocas fuentes de seguridad y confort incluso a quienes lo hacen razonablemente bien. Todos podrían hacerlo mejor, y si no lo hacen, también se sienten culpables, puesto que en cualquier momento puede hacerlo peor. Bajo las condiciones neoliberales, el remordimiento se vuelca hacia dentro, produciendo efectos depresivos, y las personas buscan en sí mismos-y no fuera las causa de su infelicidad”, escribe también Davies.
Es cierto que existe una guerra, pero no en los términos planteados por el patético Piñera. Es una guerra de bajo coste, puesto que no necesita grandes despliegues de tropas ( más allá de las imprescindibles para mantener la revuelta bajo control) ni declaraciones pomposas. Pero es tan sofisticada que uno de los bandos en cuestión (los fracasados, perdedores, desfavorecidos, dependientes, pobres, residuos en definitiva) ni siquiera saben que están en guerra. Es más, creen que ellos mismos son los culpables de la situación en la que se encuentran