sábado, 20 de febrero de 2016

Lecciones de microeconomía ( peluquera)



Me encuentro a Mauri, mi peluquero de cabecera, probando de su propia medicina. En contra de lo habitual en una peluquería a menudo abarrotada, hoy solo esperamos dos a que acabe la faena del jefe. Uno supone que se debe a la lluvia que por fin llegó a Albolote, pero Mauri me aclara que las razones son otras. Estamos en la tercera semana del mes. Antes de comenzar la crisis la tendencia se mantenía más o menos constante salvo las habituales y endémicas variaciones  estacionales. Aprendo que los mejores meses para el gremio son los de verano, quizá porque a la gente le agobia el calor, tal vez porque quiere estar guapo (suponiendo que cortarse el pelo contribuya a ello, algo más que discutible en ciertos casos). Aumenta también la actividad en el mes de diciembre y con la llegada de la primavera.
Los peores meses por el contrario, son los del crudo invierno ( enero y febrero) donde parece que la gente hibernara hasta que volviera a aparecer el sol. Tampoco es bueno noviembre, mes en que el personal apura la greña buscando retrasar el acicalamiento hasta las fiestas de navidad en que, según me cuenta el peluquero, se busca ir aseado  a la cena del trabajo.
Mauri lleva las estadísticas con la minuciosidad con que De Guindos hace las suyas. No falla nunca la tendencia. Pero cuando comenzaron los problemas económicos en el pueblo, el paro y los recortes, el dibujo de la paleta comenzó a cambiar de trazo. La planicie se convirtió en sierra. Apareció un primer pico en la primera semana de cada mes, allá por el día 5: lo generan los que trabajan y esperan a cobrar para asearse. Es un pico débil, los inversores no se encuentran seguros de si su inversión es la más necesaria en estos momentos. La producción peluquera cae en valle en la segunda semana y se recupera un tanto al final, impulsada por el cobro del paro. Eso sí, este pico tampoco alcanza gran altura; al fin y al cabo el esquilamiento  no es prioritario cuando vienen mal dadas. De ahí se pasa a un profundo valle que abarca todas las terceras semanas de cada mes, momento en que los peluqueros aprovechan para cortarse el pelo; es el mejor rato para raparse si no se quiere esperar ( lo que también tiene sus inconvenientes puesto que la espera en una peluquería da mucha más información sociológica que todas las encuestas del CIS). ¿Qué salva desde hace siete años la escuálida caja del peluquero? La última semana, cuando cobran los jubilados y afrontan los gastos que antes cubrían las familias  y ahora no puede afrontar: es el corte de pelo del nieto y el hijo, el material escolar que se precisa, el zapato que sustituye al roto, en ocasiones la gran compra mensual. Mauri lo tiene muy bien estudiado, la gráfica es la misma desde hace años. Le pregunto por los mensajes esperanzadores de que la crisis ya ha pasado, de que ya aparecen brotes verdes. Para él, en cambio, las cosas siguen igual, de hecho el año ha empezado igual o peor que el anterior, que tampoco fue bueno.
El poco trabajo que hay es trabajo abusivo. Mercadona, paradigma de la empresa española exitosa, ofrece interesantes contratos de seis horas diarias: eso sí, se distribuyen en dos tramos que aniquilan cualquier posibilidad de compatibilización con cualquier otro trabajo, con cualquier forma de vida familiar decente: el primero abarca de 6 a 9 de la mañana, destinado a recepcionar y reponer productos; el segundo cubre entre 8 y 23 horas, destinado a recoger y ordenar; suficiente para que el trabajador vuelva a casa y duerma lo suficiente para volver a estar listo a las 5. Si no puedo llevar a sus hijos al colegio, ni bañarles y cenar con ellos a Mercadona le importa un bledo.
La gente no necesita esperar a los datos del INE para saber como está. Lo percibe cada día, al acercarse a la peluquería, la frutería de la esquina, el quiosco de enfrente. Y seguimos igual… de mal.

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