Cuando María Angustias inicia la educación primaria de este extraordinario país llamado España y comience a transitar los libros de texto que cambian con al arbitrio del partido políticos de turno, aprenderá la primera de las lecciones imprescindibles para caminar por la vida: “aprende el cuadrito verde”, síntesis resumida de un texto que inmediatamente queda convertido en farfolla (exceptuando el sagrado recuadrito verde). Así va avanzando de tema en tema y de asignatura en asignatura. De vez en cuando Angustias observará que no todo en la vida son cuadritos verdes y, gracias al entusiasmo del maestro o maestra de turno, se verá en la obligación de elaborar un “proyecto”: por ejemplo, realizar una maqueta de una casa domótica autosustentable, en la que placas solares (conectadas a una batería) movilizan un molinillo de viento que calienta una resistencia que hace las veces de calefacción, como ejemplo de sistemas de energía sostenibles ante el cambio climático. Obviamente ningún niño de cuarto, quinto o sexto de Primaria es capaz de ello, convirtiéndose por el contrario el proyecto en una competición de padres a ver cual es más habilidoso. Los profesores miran para otro lado y aceptan el pulpo de que lo ha hecho el niño como animal de compañía en el modelo educativo.
De poco sirve que no entiendan que es el voltaje, ni la domótica, ni la energía si se aprenden de memoria el recuadrito verde, el que de verdad importa. Mientras en Northwestern University se aprende física a través del monopatín aquí seguimos memorizando recuadros.
Ya en la secundaria irá apareciendo el complemento perfecto al recuadro verde, el test, que a la manera del picudo con la palmera arrasa todo. Recuerdo cuando a mi hija pequeña la hicieron leer la Celestina al final de la secundaria. Nadie le explicó el texto y por qué era una obra de arte; nadie le ayudó a comprenderla y amarla. Hoy sólo recuerda que falló en el test: la respuesta correcta era que Fernando de Rojas la escribió en unas vacaciones de Semana Santa (¡¡¡).
Con semejante bagaje María Angustias llegará a bachillerato a la búsqueda y captura de notas altas para poder entrar en medicina. O mejor dicho, serán las notas más altas de su curso las que entrarán en la Facultad de Medicina. Hace unos años el hijo de una amiga mía, muchacho de sobresaliente permanente vio con sorpresa que su nota final media en el último curso era de notable. Al manifestar su sorpresa le respondieron que él no necesitaba notas tan altas porque quería hacer “solo” ingeniería. No elegir medicina con notas altas es como que te toque la Lotería y te compres un Skoda:un desperdicio. De forma que no de extrañar que muchos de los que entran en la carrera andan bastante alejados de lo que consistirá su trabajo una vez acaben.
Una vez dentro Maria Angustias comenzará otra carrera frenética a la caza del recuadro verde. Desde el primer curso el objetivo no es aprender medicina, en modo alguno leerse el Harrison al menos una vez, ni comprender los principios de la fisiología o la estructura anatómica del cuerpo humano. Mucho menos salir del grado con un número mínimo de partos y cesáreas. De lo que se trata es de aprender el nuevo recuadro verde, esta vez en forma de resolución con un 90% de aciertos de preguntas de test al estilo MIR, lo que de verdad importa.
Cada vez es más temprano el momento en que se olvida todo lo demás, se deja de ir a clase ( ¿para qué, sino hay test?) y se recluye a hacer simulacros. Para ello resulta imprescindible externalizar el trabajo recurriendo a una Academia, de las cuales Asturias presume de haber formado a los números 1 de las tres últimas promociones. El trabajo se torna actividad deportiva a la búsqueda de nuevas marcas mundiales. La número 1 del MIR de este año lo decía muy claramente:” Igual que los atletas de alto rendimiento se pasan muchas horas entrenando al día pero el resto del tiempo lo que hacen es descansar y hacer todo lo posible para optimizar el descanso y al día siguiente dar lo mejor de sí, cuando te preparas una oposición como el examen MIR, igual.”. Todo consiste en encontrar una buena táctica: ”es la academia con más simulacros, y son más largos pero tienes menos tiempo para hacerlos que en el examen MIR. Este sobreentrenamiento hace que vayas más holgado el día del MIR”.
A los docentes de medicina, a las facultades y universidades la situación les importa poco. Se trata de mantener la misma asignatura para no tener que preparar nada nuevo, de acumular sexenios, y de preservar el statu quo de las mismas asignaturas y la misma metodología docente que en el siglo XIX. La eterna demanda de tener departamentos de medicina de familia como en el resto de países supone una buena ocasión para la carcajada de rectores, decanos y catedráticos. El “recuadro verde” de Maria Angustias es en este caso es el cuadernillo de apuntes del profesor adecuadamente fotocopiado, y en el caso de los más eruditos de su libro de texto. A los estudiantes el recuadro también les es útil: les facilita el trabajo, les reduce incertidumbre y angustia de tener que enfrentarse a textos diferentes que hasta se contradicen entre sí.
La número 1 del MIR elegirá dermatología, como los últimos años. Y tiene muy claro por qué: “Suele ser así de popular porque compagina que no tienes pacientes muy graves , con que los adjuntos no tienen guardias, por lo que duermen todos los días en casa…y además ayuda que tienes una buena calidad de vida”.
No tener pacientes graves, no tener guardias, dormir en casa. A este bonito final nos ha llevado el modelo educativo del test y el recuadro verde.
La repercusión del examen MIR en el grado de Medicina es desoladora. Para los estudiantes no son más que seis años de entrenamiento para el Grand Prix del examen MIR. Urge prohibir por ley los exámenes de preguntas tipo test durante el grado. A la facultad hay que ir a aprender medicina no a mejorar la técnica de responder preguntas tipo test. Y por supuesto, las facultades no puede seguir presumiendo de que han "colocado" a nosecuántos alumnos entre los primeros del MIR como si de vulgares academias MIR se trataran.
ResponderEliminarUn pelín exagerado. Mi hija hace 3 años, en primero de bachillerato de artes, se vio conmigo "el nombre de la rosa", como actividad de literatura, y la comentamos, aprendió mucho. En primaria, en los últimos años, tuvo varios trabajos interesantes. Les dieron a cada grupo de 5-6 alumnos un presupuesto, ficticio pero presupuesto. Con ello debían preparar un viaje a un lugar que ellos decidieran. Eligieron Nápoles. Fueron diseñando el viaje, los hoteles, los lugares a visitar, las comidas, todo con presupuesto detallado. Cada grupo lo expuso ante la clase un día, y al final llevaban unos platos típicos hechos por ellos, de ese lugar. Aprendieron mucho a organizar, a usar el dinero. Todo no consiste en recuadritos verdes. Excursiones a itálica, a ver obras de teatro, a visitar una residencia de ancianos, a ver una fábrica, a una ópera,...
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