“ El pretende, no lo ignoráis, que ha sido llamado a nuestro país como agrimensor. Es una historia inverosímil, que deja de lado por ahora. Sin embargo, digamos que ha sido llamado como agrimensor y que ahora pretende serlo. Vosotros conocéis, al menos de oídas, los esfuerzos inauditos que ha desplegado sin resultado alguno. Otros, durante el mismo periodo de tiempo, habría medido al menos diez países. ¡Pero él¡ El continua yendo y viniendo entre los secretarios del pueblo. Ya no se atreve a arriesgarse hasta los funcionarios del castillo. En cuanto a ser recibido un día por la administración central jamás ha debido esperarlo Se limita a los secretarios cuando vienen del Castillo al mesón de los señores., se le interroga de día, se le interroga de noche, y pasa el tiempo vagando alrededor de los muros del hotel como el zorro en torno al gallinero, con la diferencia de que aquí los zorros son los secretarios y él quien hace el papel de pollo”
El Castillo. Frank Kafka.1926
Supongamos (es un suponer) que usted es un miserable agrimensor: es un ciudadano extranjero que pretende realizar en las oficinas de Extranjería alguno de los trámites necesarios para permanecer en España. Si usted tiene la suerte de ser español todos estos trámites le son ajenos y probablemente ni siquiera sepa que existen: solicitud de asilo, edición de Tarjeta de Identificación del Extranjero, toma de huellas…Tampoco tienen por qué importarle, no van con usted. Hasta la pandemia era un trámite relativamente normal, en que bastaba con acudir a la oficina. Pero desde ésta se convirtió en un proceso esotérico cuya realización estaba sometida a los mismos criterios que los caminos de Dios: inescrutables. Tras acceder a la correspondiente página web oficial y superar un indefinido nivel de pantallas, la respuesta suele ser siempre la misma: “no hay citas disponibles en este momento”. El momento nunca aparecía, ya se intentase de día o de noche, en festivo o laborable. Sin embargo, si se recurría a un abogado la cita era inmediata. De la misma forma que si se cruzaba la calle de la oficina de Extranjería y la compraba en alguno de los chiringuitos de fotocopias al efecto bajo el precio módico de 100 euros. La Policía, tan solícita para perseguir al miserable agrimensor, para esto no se daba por enterada. De ese insignificante trámite, ante el que el agrimensor se sentía impotente insecto, dependía la permanencia en el territorio, el trabajo y el sustento de su familia, su vida en definitiva.
Supongamos (es un suponer) que usted es otro tipo de agrimensor que pretende a acceder al territorio que domina El Castillo: un ciudadano extranjero que esta vez quiere solicitar un visado para estudiar/trabajar/vivir en España. Su país (tal vez Ecuador, Venezuela, Colombia , por qué no Méjico o Argentina) ya no le permite vivir con una mínima seguridad y opta por buscar suerte en España. Se informa adecuadamente ( por supuesto por internet porque en consulados y embajadas hace tiempo que dejaron atender personas), cumplimenta los impresos correspondientes como mejor puede y se encuentra con este mensaje ( mensaje textual de un Consulado español):
“Tenga en cuenta las siguientes circunstancia antes de solicitar su cita: Aquellos ciudadanos que realicen más de 3 cancelaciones o hagan un mal uso, serán automáticamente eliminados del sistema e informado su uso a los administradores. Si no acude a su cita sin haberla cancelado, generando perjuicio a otros ciudadanos, no podrá solicitar otra cita hasta que transcurran DOS ( 2 ) meses desde la fecha de la incomparecencia”. Por si no quedara suficientemente claro a continuación se señalaba “I MPORTANTE:- SOLO PUEDE CANCELARLA HASTA TRES (3) DIAS ANTES DE LA VISITA”. Es decir, si el solicitante de visado sufría un infarto, era atropellado o herido a balazos en los dos días previos a la cita serías además castigado con dos meses de penalización por incomparecencia. Este tono, más propio que la de maestros franquistas con niños revoltosos es la que tienen a bien aplicar la representación diplomática de nuestro país en el mundo.
Supongamos (es un suponer) que usted es un tercer agrimensor reclutado por Naciones Unidas para trabajar en un proyecto limitado en el tiempo. Solicita la excedencia o el permiso sin sueldo correspondiente, y a la vez un Convenio especial a la Seguridad Social para poder seguir pagando sus cotizaciones. Tendrá que recurrir también a un abogado para que le informe de que cada tipo de convenio especial es gestionado por la Administración de la Seguridad Social de una provincia: para unas es la administración de León, para otras la de Asturias, para otras la de Teruel. Todas ellas presuntamente gestionadas por funcionarios anónimos e inalcanzables. Por mucho que llame a cada una de ellas nadie responde. Algunas veces se esperanza al escuchar que comunica pero al reiterar la llamada sigue sin responder nadie. Por mucho que la prioridad esencial del funcionario sea el desayuno, éste no puede cubrir tantas horas.
Supongamos por último que el agrimensor decide casarse: no es obviamente cuestión de vida o muerte pero comprueba que este es también un privilegio sólo de algunos: le informan de que debe esperar casi un año para que le den cita en el registro civil correspondiente.
Cuatro circunstancias que no están basadas en casos reales, sino que son casos reales de mi entorno. Todas ellas tienen un denominador común: la imposibilidad material de encontrar un ser humano al que preguntar, con el que informarse, aclarar las dudas y necesidades del humilde ciudadano. La pandemia fue la coartada perfecta para alcanzar la inaccesibilidad completa del Castillo antes llamado Estado y sus múltiples administraciones: ya sea el Ministerio de asuntos Exteriores, Interior, Seguridad Social o Hacienda todos ellos no son más que dependencias del Castillo refractario a cualquier miserable agrimensor. Con la excusa de una supuesta “modernidad” electrónica la impotencia e indefensión del ciudadano ante el Castillo es total. Si la situación es angustiosa para cualquier agrimensor puede uno imaginar los tintes dramáticos si éste miserable es persona mayor, de color oscuro, de idioma incomprensible o lerdo para la informática.
Si se recurre al Defensor del pueblo (el mayor ejemplo de inutilidad de un cargo público) sí se encuentra respuesta, incluso hasta le dan la razón a uno, para concluir que no se puede hacer nada.
Mientras tanto, día tras día, radios y televisiones informan cada día de lo que ocurre en el interior del Castillo, siempre las mismas noticias como en el día de la marmota: las mismas peleas, los mismo trascendentales problemas fronterizos, los mismos insultos, a años luz de los problemas reales de los agrimensores. Éstos son para los habitantes del Castillo poco más de un dato (en este caso su DNI, NIE o certificado electrónico) al que maltratar e ignorar, escudados tras mesnadas de funcionarios anónimos y protegidos tras la barricada de la web. Como en el Castillo de Kafka, ese edificio que desde fuera parecía sólido, moderno y admirable (la administración pública) cuando uno se aproxima a sus muros se observa lleno de agujeros, humedades y apuntalamientos, amenazando ruina inminente. Extraordinario país España. Siempre vendiendo humo.
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