miércoles, 4 de septiembre de 2013

Indian Summer ( un verano indio)

“Ahora somos parte de una industria, una industria que valora la eficiencia más que la competencia, los beneficios monetarios más que la moral y la educación, y que nos hace responsables de nuestra productividad y nuestras ausencias. En su momento fuimos atrapados en un sistema de programación rígido y sobrecargado, renunciando a un estilo de práctica individual”.
Indiam Summer. Diana Pi. Annals of Internal Medicine 2013.

Diana Pi conducía encorvada para no arrugarse la camisa; la chaqueta impecablemente colocada en el asiento del conductor; los pies descalzos. Le encantaba estar descalza, incluso para conducir. Enfiló la autopista hacia la facultad para asistir a la habitual arenga a los nuevos estudiantes. Había sido invitada por uno de sus alumnos del último año; en su letra le preguntaba: “cuéntanos que te gusta de ser internista.”
Mientras avanzaba a través del tráfico de la ciudad recordó la reunión con los administradores del hospital unas semanas antes: una larga mesa con ellos en un extremo y una decena de médicos en el otro. Utilizando tabletas de última generación y vistosos gráficos de colores les dijeron que “para aumentar la accesibilidad deben ver nuevos pacientes en paquetes de 20 minutos”. Diana respondió: “incluso con 20 años de experiencia no podría evaluar un paciente nuevo en tan poco espacio de tiempo, para hacer lo que yo considero una atención adecuada”. La contestación del administrador dejó pocas dudas respecto a la situación: “Mira a tu alrededor. Es igual en todas partes. Eres libre de elegir otra trayectoria profesional”.
¿Cuándo perdimos nuestra habilidad para pensar a través de frases completas? Hace ya mucho tiempo y de forma gradual, pensaba Diana mientras conducía: “hace veinte años disponíamos de una hora para atender a un paciente nuevo, tiempo que fue reducido primero a 40, después a 20. Ahora somos muchísimo más rápidos…derivando pacientes a otros especialistas, y aún más pidiendo pruebas. Facturas aparte, no tenemos tiempo de rumiar y empollar el problema de un paciente”.
Diana sabía que la solución no era montar una consulta privada de lujo, en la que las presiones por el beneficio son aún mayores. Había pensado en dejarlo todo. Pero, ¿ para hacer qué y donde? La mayor parte del  tiempo se iba en burocracia, en ponerse al día de tareas pendientes, informes sin cumplimentar, mensajes de teléfono, correos sin abrir, en esa nueva forma de trabajos de Sísifo que constituye el núcleo del ejercicio de un médico hoy día. Sus compañeros de centro no le entendían: "¿ Por qué? Es lo mismo en todas partes. Tenemos hipotecas que pagar, chavales que van al colegio. No podemos parar y dejarlo todo”.
Diana aparcó con estas ideas en la cabeza. Sin importarle que se le arrugara la camisa se recostó en el asiento y cerró los ojos. Percibía el aroma a limón de los ginkgo, una especie de árboles única en el mundo, en los últimos días del verano indio ( el veranillo de San Martín) . En la radio sonabaA Horse with No Name, una vieja canción de América, que habla de desiertos que se convierten en mares. Diana subió el volumen y esperó.
Dentro de la sala de conferencias observó las caras expectantes de los futuros alumnos. Recordó la angustia que ella tenía a los 20 años. Pensó que no era justo decirles como se sentía realmente, en que consistía hoy en día el trabajo de médico. Les habló de la misión del hospital, de la necesidad de atender a los desdichados, de que mostrar un auténtico respeto era tan importante como dar fármacos. Les habló sobre la importancia de pensar y razonar, sobre las diferencias entre la realmente asombrosa investigación médica y las tretas que emplean los Sherlock Holmes de las películas.
Al acabar su charla una chica de pelos de duende se le acercó tímidamente. Quería ser su alumna durante el próximo año. En ese momento Diana comprendió que ella  iba a ser la primera persona que conocería su decisión: “ Por supuesto serás muy bienvenida. Pero necesito ponerte en contacto con un colega mío." Hizo una pausa: “ Yo no quiero estar más aquí”, concluyó con una sonrisa llena de tristeza, y pena.
Diana Pi escribió este artículo en los Annals hace unos meses. En él concluía señalando las razones por las que había abandonado su sueño, “nuestro sueño. No había otra opción, al menos para mi. Abandonar la atención primaria era la única alternativa que encontré para proteger la dignidad y el legado de una profesión que amo tanto”.
El artículo de la serie de On being a doctor me vino a la cabeza hoy hablando con un buen amigo. Un brillante médico de familia que lleva ya un largo tiempo batallando con un trabajo que le deja exhausto. Con consultas de 50 y 60 pacientes, repartidas entre varios pueblos, en el que ni tan siquiera puede organizarse la agenda. Sin demasiadas esperanzas de que la cosa cambie, y preguntándose cual es su futuro.
Mientras tanto , administradores, gestores y políticos siguen echando sus cuentas para hacer más eficiente a la atención primaria. Y llenándose la boca sobre cuan importante es. (Fotografía: Gekgo)

4 comentarios:

  1. Es triste asistir a esa industrialización a la que se refiere Diana Pi. El post refleja precisamente eso, tristeza.
    Hay elementos sutiles y progresivos que acompañan ese lamentable cambio en el que estamos inmersos. Uno es el terminológico. El lenguaje usado es importante por lo que dice como por lo que calla. En distintas ocasiones se ha hablado en este blog de la perversión del uso de palabras como “eficiencia” o “calidad”. Hay algunas más. Me ha llamado la atención ver cómo, casi sin notarse, una dirección de un hospital pasa a serlo de procesos de soporte y asistencia. Algo cuando menos extraño ya que, ni en la conversación cotidiana ni en el diccionario de la Real Academia, se asocia el término “proceso” a alguna actividad clínica, como no sea el enfermar mismo. Llamativamente, sin embargo, el término inglés “process” sí se refiere a “a series of actions or operations conducing to an end; especially: a continuous operation or treatment especially in manufacture (Diccionario Merriam Webster)”. Sugerente.
    Si la industrialización de lo humano es mala, es mucho peor aun cuando excluye algo esencial precisamente en cualquier intento serio de “optimización de recursos”, como se suele decir, siendo nosotros esos recursos. Y ese algo es flexibilidad, no en los recursos a quienes se les impone, sino en quienes dicen dirigirlos. La flexibilidad ausente en la organización contrasta con una proliferación de cargos directivos de parcelas incomunicadas.
    Un gran hospital pasa así a ser un conjunto de islas con muchos enfermos nadando entre ellas.

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  2. Horse with no name fue la primer cancion que canté y toque con la guitarra. Un regalo de mi amigo de la infancia y la vida, Nacho.
    Abrazo Sergio

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  3. Son importantes las metáforas. dan forma a la realidad. En ese sentido la metáfora de la máquina ha tenido una fortuna desproporcionada y sumamente peligrosa en las organizacione sanitarias: imputs, otputs, procesos, recursos ( las antes llamadas personas),productos, se han convertido en realidades mensurables en los sitemas sanitarios cuando no son más que entelquias intelectuales.Que, por otra parte, han permitido crear una importante industria destinada a medir lo que no representa ( en buena medida ) la realidad. las perversiones que eso ha generado en el sistema son cuantiosas.
    No es de extrañar que los que aún creen en el encuentro sagrado con un enfermo anden en retirada, tribua extinguir como tantas otras.
    Todo caemos en esa rueda: nos acreditamos, certificamos, procesamos y protocolizamos. Esto cada vez se parece más a Matrix

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  4. Ja , ja. Para mi también fue la primera canción que aprendí a tocar. Debe ser una tara de nuestra generación. Por eso le tengo especial cariño al articulo de Pi
    Un abrazo Miguel

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