El pasado
miércoles 15 fue aprobado en el Parlamento Europeo el Acuerdo de Libre Comercio
con Canadá (CETA) con el apoyo del Partido Popular europeo, los liberales y
conservadores y buena parte del Partido Socialista: votaron en contra los
socialistas belgas y franceses, pero no los españoles que hicieron causa común con
los partidos conservadores. El nuevo valor de la izquierda, Ramón Jáuregui (portavoz
socialista en el Europarlamento y viva demostración de la renovación que
experimenta este partido), declaraba a la cadena SER el día de la aprobación del
CETA: “Creo que hay una izquierda que se
equivoca reivindicando un cierre al comercio al igual que lo hace Trump y Marie
Le Pen en Francia, es decir no quiero caer en una ridiculización pero la ciudadanía
tiene que percibir que si hay una
izquierda que defiende el proteccionismo y el cierre de fronteras al comercio
están siendo superados por la izquierda por la ultraderecha”. La SER en el
mismo programa vende el acuerdo con el argumento de que esto supondrá un
incremento del PIB europeo de 12.000 millones de euros. En parecida línea
argumental se manifiesta uno de los oráculos del grupo PRISA, la periodista Soledad Gallego-Díaz quien, mientras resalta la coincidencia de voto entre
Podemos y el Frente Nacional de Le Pen (señalando que no significa nada), resta
relevancia a la sintonía de voto entre populares y socialistas españoles.
Buscar
coincidencias entre los Verdes o Podemos y los euroescépticos de Le Pen o Trump
es tan clarividente como pensar que tienen un proyecto común porque a la Le Pen
y a Iglesias les guste Lady Gaga. La clave debería ser saber cuáles son las
razones por las que unos y otros se oponen al tratado. Y éstas son radicalmente
diferentes.
Sin
embargo el grado de sintonía existente entre los dos principales partidos
españoles dista de ser casual, desde la reforma exprés de la Constitución para
primar los intereses de la deuda por delante de las necesidades de los
ciudadanos, hasta la abstención de los socialistas imprescindible para
posibilitar otros cuatro años de gobierno conservador, pasando por la plena
concordancia cuando de se trata de los acuerdos de libre comercio.
En el
proceso de moldeado de la opinión pública a la que contribuyen ambos partidos y
los medios de comunicación de las grandes corporaciones (las primeras
interesadas en la aprobación de los acuerdos) se construye el mensaje de que
aquellos partidos, instituciones o personas que se oponen a los tratados son bolcheviques
peligrosos o fascistas irredentos.
Entre
éstos últimos se encuentra la revista The Lancet y el economista David Stuckler
profesor de la Universidad de Oxford al que tanto ensalzaron su libro La
Austeridad Mata muchos de los que ahora aplauden con fervor el acuerdo.
Hace
solo unos meses el grupo de Stuckler publicó en The Lancet (revista que ya
había advertido de los peligros del tratado) un artículo de titulo inequívoco: Political
origins of health inequities: trade and investment agreements ( “Los orígenes
políticos de las inequidades: acuerdos de comercio e inversión”). En él se
revisan los elementos en común de los diferentes Acuerdos de libre comercio,
desde el Transpacífico ( TPP) al Transatlántico ( TTIP) , señalando que todos
ellos “ están reescribiendo las reglas que gobiernan la economía mundial, promoviendo
los intereses de las corporaciones a expensas de las prioridades en salud
pública…Todos ellos proveen la infraestructura legal para una reordenación
global de la producción”.
Las
consecuencias que tiene la aprobación de este tipo de acuerdos van más allá de
esos “aspectos dudosos” o de la discriminación de los inversores nacionales
frente a los extranjeros a la hora de dirimir litigios, que señala con candidez
insólita Soledad Gallego-Díaz.Como escribe McNeill y colaboradores influirá en
las condiciones de trabajo y en el empleo, en la polución ambiental y en la propia
sostenibilidad del sistema, por no hablar de las amenazas que implica de cara
al mantenimiento de los propios servicios públicos en beneficio de las
multinacionales de provisión de servicios.
Los
principales perjudicados, para Stuckler y compañía, son los países menos ricos,
y dentro de los países las poblaciones más desfavorecidas. Ahora que los
socialistas al parecer andan en profundos procesos de reflexión, no estaría mal
que aclararan de que lado van a estar, del de las cosporaciones, o de los ciudadanos. Aunque por los hechos parece que ya han
encontrado la respuesta.
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