Entre los galardonados con la Medalla de Andalucía de 2018
se encuentra el Equipo Multidisciplinar de Ingeniería Tisular del Hospital
Virgen de las Nieves de Granada; así mismo se otorgó el título de Hijo
Predilecto de Andalucía al Doctor Guillermo Antignolo, Director de la Unidad de
Medicina Materno Fetal, Genética y Reproducción del Hospital Virgen del Rocío
de Sevilla. A lo largo de los más de 30 años de existencia, estos
reconocimientos se han concedido a cantantes, poetas, políticos, actores y
deportistas diversos, con una representación no exigua del mundo
sanitario:cardiólogos, psiquiatras, ginecólogos, cirujanos…En ninguna ocasión
ha sido concedido a algún profesional o algún centro de Atención Primaria. Razones
para esto último no faltan. La Junta de Andalucía podría presumir de haber sido
de las primeras instituciones de España en poner en marcha la reforma de la
Atención Primaria en los años 80; centros como el de Cartuja, que llevan desde
entonces prestando una atención encomiable a poblaciones muy poco favorecidas
en el reparto de la riqueza y las oportunidades: no aparecen en prensa, no
realizan cirugías al borde de lo imposible, no descubren extrañas mutaciones en
pequeños roedores, pero son imprescindibles para sus pacientes cada día. Como
Cartuja hay muchos otros centros y profesionales, de medicina y enfermería, que
cada día realizan esa labor esencial de atender en el domicilio de las casas,
en la humilde consulta de un consultorio rural, en la calle si se tercia.
Andalucía podría presumir de ello pero no lo hace. Como no
lo hace ninguna otra comunidad autónoma, ni el Ministerio de Sanidad, ni
reparan en ello ninguno de los ostentosos galardones que salpican la geografía,
desde el ahora llamado Princesa de Asturias al Rey Jaime I.
La Atención Primaria es invisible para medios de
comunicación, escritores, artistas , políticos y por supuesto galardones. Ese
es el peso (también) de la Atención primaria.
Por supuesto en buena parte es consecuencia de la falta de
interés y compromiso con ella de las diferentes autoridades sanitarias que hemos sufrido a lo largo de todas
estas décadas, y cuya mejor demostración ( como señala Javier Padilla) son las
declaraciones del actual Director General de Asistencia Sanitaria del Servicio
Madrileño de Madrid, César Pascual: “Si esto no se estuviera grabando diría que
la Atención Primaria tiene que desaparecer”.
Sin duda es también consecuencia de una sociedad que ante la
“ciencia” y los avances tecnológicos presta la atención embobada de las vacas
al tren: hace unas semanas en el programa A Vivir que son dos días, el conocido
divulgador científico Pere Estupiñà se mostraba entusiasmado ante el “temazo”
(sic) de los apasionantes experimentos realizados en el hospital Vall d’hebrón
sobre gases intestinales, y que permiten conocer el flujo del aroma del ajo a través
del organismo, desde que entra en nuestro tubo digestivo hasta que es exhalada
por los pulmones dando ese inconfundible aroma a nuestro aliento.
Si bien todas estas muestras de la estupidez humana influyen
de forma determinante en la invisibilidad de la Atención Primaria no son la
única causa. Como es habitual, Javier Padilla acierta plenamente al argumentar
en el imprescindible Colectivo Silesia que el problema de la AP no es “solo” un
problema presupuestario, sino fundamentalmente de reconocimiento, para cuyo abordaje
se precisan soluciones transformadoras de ese reconocimiento.
Para alcanzar ese reconocimiento la Atención Primaria está
sola: si espera la llegada de algún mesías, de algún político capaz de
despertarla y colocarla donde merece puede darse por muerta.
Solo desde ella, desde los relatos vitales de sus
profesionales puede armarse un discurso capaz de convertir lo invisible en
relevante: como hizo de forma magnífica Fernando Fabiani en el mismo programa
en que el divulgador Estupiñà hablaba del fascinante gas intestinal y los
aromas del ajo.
El contenido del trabajo en Atención primaria es
infinitamente más variado, asombroso y apasionante que el de cualquier otra especialidad,
porque por ella pasa nada más ( y nada menos) que la vida de las personas,
llena de grandezas y miserias.
Lo que queda es acertar a comunicarlo.
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