“The intimation that the patient should be treated as a total personality, that illness is frequently a form of expression rather than a surrender to natural hazards”
“La insinuación de que el paciente debe ser tratado como una personalidad total, que la enfermedad es con frecuencia una forma de expresión más que una rendición ante los peligros naturales”
John Berger. A fortunate man.1969
El 27 de enero de 2000 Iona Heath invitó a John Berger a dar una conferencia en el Royal College of General Practitioners. Además de admirar profundamente el trabajo del artista británico, Iona había quedado impresionada con la afirmación de Berger en su libro Fotocopias: “he comenzado a desconfiar de la mayor parte de los médicos porque no aman a la gente”, algo preocupante en alguien que había publicado Un Hombre afortunado, quizá el mejor libro sobre el ejercicio de la medicina general. De tal forma que propuso su nombre en el ciclo de conferencias del Colegio. Berger tardó en responder. Y cuando lo hizo, escribió: “yo no se dar conferencias, solo puedo contar historias”. Ese fue no sólo el comienzo de una gran amistad, sino también el de un intercambio epistolar que se mantuvo durante casi veinte años, hasta la muerte de Berger.
La Dra. Iona Heath, acaba de publicar “John Berger, ways of learning”, un prodigio de libro en el que realiza una tarea sumamente difícil: articular los textos extraídos de la extensa obra de Berger, su intercambio epistolar con él y sus propias reflexiones sobre la aplicabilidad y aplicación de las reflexiones de Berger al ejercicio de la práctica profesional en medicina general. El resultado final es la demostración de que tan importante como la ciencia médica para el aprendizaje del trabajo del generalista es el conocimiento humanista procedente del arte, la poesía o la filosofía.
En la primera parte del libro, Heath relata como y por qué se convirtió en médico, y la importancia que tuvo la lectura en ello: pero no la lectura de los libros de medicina interna o de semiología, sino las novelas a las que dedicó los tres meses sabáticos que podían permitirse cada diez años los médicos generales de su práctica, brillante iniciativa destinada a permitir desconectarse de la presión diaria y regresar con nuevos bríos al ejercicio diario (algo, por otra parte impensable en sistemas funcionariales como el español). Heath, en lugar de viajar a destinos exóticos, dedicó esos tres meses a sentarse en su sofá y leer cuantas novelas diera tiempo, detenidamente, concentradamente. Con tanta atención como le dedicaba a leer la última actualización sobre la insuficiencia cardiaca.
La segunda parte del libro no analiza sistema o aparatos, tampoco subespecialidades médicas. Por el contrario, contempla la disciplina de la medicina general como “la vasta disciplina de mirar, escuchar e imaginar” (en palabras de Berger), revisando las acciones esenciales en la práctica de la atención a cada persona: mirar, ver, escuchar, conectar y relacionar, tocar, pensar… También reflexionar sobre la importancia que tienen las palabras, el tiempo, el espacio y el lugar (tan diferentes), la esperanza, la memoria o la imaginación. Para terminar abordando, no la diabetes, el asma o la demencia, sino el dolor, la violencia, la justicia, el miedo, la duda o la muerte.
En un mundo donde se considera de forma cada vez más generalizada que la asistencia sanitaria es perfectamente asimilable a la cadena de montaje de un Tesla, o de selección de cerezas por su tamaño, donde el objetivo debe ser aumentar la “productividad” y satisfacer las expectativas del usuario (sean éstas las que sean), donde el trabajo consiste en sistematizar procedimientos, elaborar protocolos y reducir la intuición, el libro sobre Berger pone de relieve todo lo contrario: “el contexto profundamente humano en el que la medicina es practicada, sobre la importancia y fortaleza de las relaciones, sobre la responsabilidad que tenemos sobre el respeto y la equidad, y el reconocimiento y conciencia del sufrimiento y el miedo, y finalmente sobre la puntualidad e inevitabilidad de la muerte.”.
En uno de los ensayos de Berger, éste reflexiona sobre una fotografía tomada en la guerra de Vietnam, en la que un militar norteamericano apunta en la sien a una mujer vietnamita:
“Intento describir cada aspecto particular, visible o imaginable: la manera en que lleva la raya del pelo, su mejilla magullada, su labio inferior ligeramente hinchado, su nombre y todos los diferentes significados que ha adquirido según quién se dirija a ella, los recuerdos de su propia infancia, la calidad individual de su odio hacia su interrogador, los dones con los que nació con cada detalle de las circunstancias bajo las cuales hasta ahora ha escapado a la muerte, la entonación que da al nombre de cada persona que ama, el diagnóstico de cualquier debilidad médica que pueda tener y sus causas sociales y económicas, todo lo que opone en su mente sutil al cañón de la pistola encajado en su sien”.
Y a partir de ella escribe Iona: “Al describirlo John establece un estándar para la observación e imaginación empática que, como médico, necesito tratar de emular. Si miro cuidadosamente comienzo a percibir la historia de una vida. John me aporta claves esenciales de cómo mirar a una persona. Muchos pacientes vienen de muy lejos, algunos físicamente, otros emocionalmente, y otros culturalmente, y muchos fracasan para alcanzarlos de la misma forma que nosotros fracasamos en alcanzarles por las múltiples barreras erigidas por diversas circunstancias de la vida”.
Escribía en el último comentario de este blog sobre la falta de fe de algunos representantes políticos ante la longitudinalidad, falta de fe a pesar de la evidencia existente. También Copérnico demostró que la Tierra gira alrededor del Sol y acabó en la hoguera de la Inquisición. Heath y Berger dialogan en el libro sobre el reconocimiento de la importancia de la continuidad en medicina general, y aportan brillantemente una mirada nueva. En una carta de Iona Heath a John Berger escribe:
“Los médicos generales han valorado siempre la continuidad de la atención, tendiendo a pensar ésta en términos de acompañamiento al paciente como testigos en un viaje a través de una historia de vida. Pero lo que tu pareces decir es algo diferente, sugieres que la continuidad es una dimensión de la salud y que los médicos pueden ser parte y recalcar la continuidad que corre a lo largo de la vida, incluso ante la desarticulación que supone la dolencia. Me recordó lo que decías sobre las fotografías en Otra forma de Contar ( Another way of telling) (allí parecías casi decir que una fotografía es una dislocación de la continuidad. Nuestras consultas son casi fotografías de la vida de los pacientes, ellos nos permiten sacar conclusiones de un instante corto, aislado tomado desde el continumm que supone su vida”.
Y tiempo después Berger responde: “Lo que estaba intentando decir es que las dislocaciones físicas y mentales que supone la dolencia o el temor de la misma pueden ser atemperadas e incluso reparadas cuando un sentido de continuidad es fomentado y desarrollado”.
Si la medicina de familia y la Atención Primaria tiene algún futuro será solo cuidando, protegiendo y fomentando esta forma de ejercer la medicina.
Postdata: ¿Habrá alguna editorial suficientemente sensible ante esta obra maestra como para traducirla al español?
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