Una vez
reconocida la inutilidad del “residuo” humano y su carácter superfluo para el
mantenimiento de la economía (a diferencia de lo ocurrido hasta ahora), la
tentación de desenganchar los vagones del tren de las clases populares
dejándoles varados a su negra suerte es irresistible.
Theresa
May, siguiendo la brillante estela de la única mujer que le antecedió como
Primera Ministra británica, persevera en el plan de derribo del Estado de
Bienestar británico: su última iniciativa ha sido romper uno de los principios
fundamentales de éste, aquella que otorga el carácter de gratuita a la
prestación del servicio en el momento en que ésta se realiza. Así, introduce la
obligación de pagar por la asistencia sociosanitaria prestada a enfermos
inmovilizados en domicilio aquejadas de diversas condiciones invalidantes,
incluido el Alzheimer. Corbyn lo ha bautizado como “el impuesto a la demencia”.El
objetivo para May es razonable: simplemente “corresponsabilizar” a los
pacientes en el coste de la asistencia.
La secuencia
lógica es impecable: la sociedad envejece-las condiciones crónicas
proliferan-el coste aumenta-el sistema es insostenible- los ciudadanos deben asumir
partes crecientes de la factura. El argumento perfecto para iniciar el proceso
de desenganche progresivo.
Los
viajeros de tercera serán lógicamente los primeros en quedar abandonados a su destino,
inevitablemente oscuro: por supuesto seguirá habiendo grandes de bolsas de
pobreza alrededor de las grandes ciudades, mezcla de residuos crónicos o de aluvión para los que será oportuno
establecer nuevos sistemas de beneficencia elemental. Millones de humanos que seguirán
teniendo que lidiar con la miseria, la guerra y la violencia.
Pero
los que siguen viaje no podrán seguir eludiendo su “responsabilidad” a la hora
de compartir gastos, atrapados entre un gasto público cada vez menor y una
innovación tecnológica cada vez mayor. Imprescindible además para que la economía
siga creciendo ( como si esto fuera garantía de prosperidad y felicidad)
Como
cuenta Abel Novoa en No Gracias, la salud es el mercado perfecto porque nunca
se agota. Si nos atenemos al “futuro del pasado” que dibuja el historiador
israelí Yuval Noah Harari, es decir el futuro basado en las ideas y esperanzas
que dominaron el mundo los últimos tres siglos, la búsqueda de la a-mortalidad
( prolongar continuamente la vida), la felicidad considerada como garantía de
placer, y la “divinidad” entendida como el dominio de habilidades nunca vistas,
generará una floreciente industria de la
salud, en cuyo seno convivirán desde necesidades absolutamente elementales (como la atención social y sanitaria para tener una muerte digna), como otras
absolutamente delirantes ( como mantener los parámetros bioquímicos y la
apariencia física de una persona de 25 años cuando se tienen 60).
La
genómica y de su mano la mal llamada “medicina personalizada”, la robótica y su
integración en organismos humanos, y la explotación de datos a través de la
información que compartimos en internet ( lo que algunos llaman Big Data) serán
los tres jinetes de este Apocalipsis que describe Harari, apocalipsis porque es
evidente que prestaciones de esta complejidad y coste ( modificación y
manipulación genética para ser cada vez más perfectos, sustitución de partes
del cuerpos por artefactos biónicos, gestión de la propia salud a través de
internet) solo estarán al alcance de los primeros vagones del tren; los que
llegado un determinado momento se desengancharán del resto para viajar a la
velocidad del avión, porque para esas esos viajeros de clase alta el coste de
este tipo de servicios de alta gama no será ningún problema.
Si, es
una novela de ciencia ficción. Pero mientras tanto Google Ventures invierte más
de un tercio de su cartera de valores en nuevas empresas biotecnológicas, parte
de las cuales se dedican monográficamente a la investigación sobre la
prolongación de la vida. La Bill & Melissa Gates Foundation determina las
prioridades en materia de salud en el mundo, no solo a través de la inversión
directa (incomparablemente mayor que el presupuesto de la OMS), sino también
debido al hecho de que acaban siendo los
sostenedores financieros de éstas últimas. Y aquí Amancio Ortega va dando poco a
poco forma, de manera discreta y reservada, a nuestros servicios de salud a
través de donaciones caritativas a las comunidades autónomas ante el entusiasmo
agradecido de sus presidentes/as.
La
dificultad de revertir el proceso no está en conseguir una concienciación
social suficiente para reconducir la situación, aceptando diferenciar lo esencial
de lo innecesario y hasta peligroso, asumiendo que la vida es limitada y que
más importante que prolongarla es rellenarla de sentido y dignidad. El mayor problema estriba en la complejidad
del cambio, en que cada sector actúa de manera autónoma, sin saber cómo
afectará a los demás cada uno de ellos.
La “predicción”de Harari , como el mismo indica, no es una profecía sino una forma de analizar
la situación actual y nuestras posibilidades futuras. La razón de realizar
predicciones es posibilitar cambios, no imponer fatalidades. Seremos nosotros
los que convertiremos en real un escenario así de catastrófico. O no.
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