El
próximo mes de junio el Servicio Nacional de Salud británico (NHS) cumplirá 70
años; con este motivo el BMJ llamaba en su número de ayer, a identificar cuáles
han sido los mayores logros en la historia de un servicio sanitario que sigue
siendo uno de los mayores orgullos de la sociedad británica, y que ha sido
referencia para construir servicios sanitarios basados en la equidad en todo el
mundo.Jan Filochowski, que fue consejero delegado de seis
fundaciones del NHS, escribe un artículo de reflexión, pero no con motivo del
70 aniversario, sino de sus 80 años de existencia, imaginando lo que podría ser
el NHS en 2029.
Y en su
trabajo identifica precisamente ahora, en 2018 ,el momento en que el sistema
británico toca fondo, totalmente sobrepasado por una epidemia de gripe como
tantas otras en un invierno tan desapacible como tantos otros; un año en que
cada vez más los hospitales se convierten en hospitales de atención a urgencias.
2018, un año en que las esperas para ser atendidos por el médico general se extienden
a meses, en que los tiempos de atención cada vez son menores, donde las listas
de espera superan el año en muchas especialidades, y donde la discapacidad, la
mortalidad y la insatisfacción aumentan mes tras mes.Todo ello cuando además,
el nivel de desempeño de los profesionales del NHS no tiene ya más margen de
maniobra para incrementarse.
En ese
ejercicio de fantasía , Filochowski señala: “El NHS nunca podrá afrontar la
demanda real mientras se vea obligado a planificar y proveer servicios para una
demanda tan baja como imaginaria”. Si es posible imaginar un futuro con un NHS
competente, capaz de cumplir con los principios que llevaron a su creación es
solamente a través de un incremento radical en su financiamiento; ello
probablemente precisará de un aumento en los ingresos a través de impuestos, necesario
para compensar la situación de abandono en que hoy se encuentra, pero esto no necesariamente deberá mantenerse a
largo plazo, según Filochowski.
El sistema
sanitario español no cumple 70 años, pero está aquejado de la misma enfermedad
que el británico: una sistemática reducción de su financiamiento para cumplir
las políticas europeas que quieren acabar con los sistemas de protección
social, acompañada de una irresponsable estrategia en todos y cada uno de los servicios
de salud, de promesas ilimitadas de todo tipo de prestaciones (tanto necesarias
como absolutamente superfluas). Los compromisos europeos del gobierno, de
reducción del gasto sanitario público del 6.47 en 2011 al 5.74 en 2019
representa una merma de cerca de 85.000 millones de euros. Si el sistema aún se
mantiene en pie es gracias a una política sistemática de explotación laboral,
manifestada en reducción continuada de salarios (que además se encuentran entre
los más bajos de Europa), contratos abusivos, precarios e incompatibles con cualquier
proyecto estable de futuro, y empleo cada vez mayor de profesionales en
formación como mano de obra para sostener el servicio.
La
reciente huelga de médicos residentes en Granada es una muestra significativa
de todo este deterioro. Y es significativo y alarmante que hayan tenido que ser
los residentes, los que aún no son formalmente profesionales del sistema, los
que digan Basta.
También
en el número de ayer del BMJ Jeniffer Nixon y sus colegas de la Health
Foundation inician una serie sobre la mejora de la calidad en la asistencia
sanitaria. El editor de la revista señala que ninguna mejora es posible sin un
papel central de los profesionales clínicos. Y tanto en la editorial, como en
el primer artículo de la serie, se comienza por resaltar que ninguna
iniciativa, proyecto o estrategia destinada a mejorar la calidad de la
prestación sanitaria podrá llevarse a cabo si antes no se abordan con decisión
y financiación los graves deterioros existentes: no será posible reducir listas
de espera, prestar consultas dignas de tal nombre, y colocar “de verdad” al paciente
en el centro, si antes no se garantizan condiciones dignas de trabajo, tiempo
para poder atender adecuadamente a los pacientes y soporte real ( y no palmadas
en la espalda) para llevar a cabo cualquier proyecto que se quiera implantar.
La repugnante
falacia del coste cero (emprender cualquier iniciativa con los recursos existentes)
ya no da más de sí. Seguir creyendo que con propuestas de contratos de gestión
tipo Monopoly, modelos de acreditación copiados de la industria y modelos de
incentivación que ya han demostrado su inefectividad para mejorar la salud se
puede ilusionar a profesionales y atender mejor a la gente es de una ingenuidad
ridícula.
Sólo
revirtiendo de una vez la tendencia hacia el desmantelamiento del sistema sanitario
público será posible mantener un servicio digno. Y eso supone enfrentarse a la
reducción de presupuestos, recobrar trabajos dignos, estables y adecuadamente
retribuidos, y rediseñar cambios radicales en la organización del sistema. Lo
demás no dejan de ser maniobras para prolongar la agonía.
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